Opinión | Buenos días y buena suerte
El mundo verde de Fernández-Aceytuno
El mundo de Mónica Fernández-Aceytuno es un mundo mágico, pero es un mundo real. Es nuestro mundo. Esta mujer no sólo siente pasión por la naturaleza, no sólo siente añoranza, cuando está fuera de Oza-Cesuras, de la lluvia o de una taza de caldo caliente, sino que vive en permanente contacto con la tierra, y con las palabras de la tierra. Ahí está, desde hace más de doce años, escribiendo su Diccionario Aceytuno, con las palabras del campo, de los árboles y del mar. Con las palabras que nos construyen y nos acunan.
Me encuentro con Mónica estos días en Compostela (también con su marido, comandante de líneas aéreas, que entra de vez en cuando en nuestra conversación y habla de la pasión del viaje). Fernández-Aceytuno acaba de publicar un libro hermosísimo, primorosamente editado, en Espasa: Mañana es tarde. El título es toda una declaración de intenciones. He aquí un libro en el que la naturaleza y la sostenibilidad tienen todo el protagonismo. La defensa a ultranza del entorno, la mirada que rescata la belleza de un territorio (sobre todo, el suyo, en Galicia): este libro es un viaje delicado y elegante por el mundo natural, proyectado con amor infinito desde la Galicia que Aceytuno ama y celebra. Desde el corazón de sus amigos del lugar de Carraceda. Pero también es un libro crítico, que dice grandes verdades.
Me habla de la lluvia. «Hay muchas lluvias: por ejemplo, la lluvia dulce, que suelo echar de menos. La que moja la ropa que está tendida. Me acuerdo de nuestra lluvia cuando estoy lejos». Y, luego, de inmediato, aparecen en la sobremesa los grandes temas de este tiempo: el cambio climático, la huella de carbono, los gases de efecto invernadero, la plaga de los eucaliptos. «No podemos perder la biodiversidad, porque eso es lo que nos sostiene sobre la tierra», me dice. «Sostenibilidad es variar el rumbo: frenar un poco», añade.
La conversación es placentera y larga. Pasa la mañana. Pasan las nubes. Con Mónica siempre hay esa sensación gratificante, profundamente verde, y más con la hermosura del lenguaje del campo, que ella domina como nadie. Todo eso está en este libro imprescindible, tan bonito. Hay, por ejemplo, un capítulo dedicado a las palabras de la tormenta. Delibes está ahí. Félix Rodríguez de la Fuente está ahí. La flor de los gamones. El azul Chardín. Las palabras para llevar al monte. Uno, que ha leído lo suyo de eso que los ingleses llaman nature writing, se ensimisma hojeando Mañana es tarde. Todo en él es emocionante. «Te dan una montaña y un río cuando naces en Nueva Zelanda», leo. O pasa William Hudson escribiendo sobre los pájaros.
Pasó los primeros cuatro años de su vida en Villa Cisneros. De allí le viene parte de esas dulces sensaciones. Del lenguaje que ya entonces iba amasando, junto a su padre, que era escritor. Y luego, la gran experiencia en Alaska, donde Mónica llegó siguiendo a Alberto, su marido gallego, que fue destacado allí por Iberia, en Anchorage, para reemplazar a la tripulación que venía de Madrid. «Porque en aquella época, al volar a Tokio, no se podía sobrevolar territorio soviético», comenta él. «El viaje más bonito que he hecho en mi vida: Groenlandia es lo más hermoso que yo he sobrevolado», enfatiza. «Nunca entró en mis cálculos perderme lo de Alaska», me dice Mónica. «Fui como botánica, pero los abedules y los salmones en aquellas aguas azules me convirtieron en la divulgadora de la naturaleza que hoy soy. Eso me lo dio Alaska. Y ahora, Oza. Mi mundo maravilloso: Galicia es una gloria para mí». Ustedes se entusiasmarán también con Mónica Fernández-Aceytuno. Pura pasión por el campo, por la lluvia y la hierba. Pura energía.
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