Opinión | Shikamoo, construir en positivo
Gaza... sigue ahí
Buenos días, queridos y queridas. ¿Qué es la utopía para ustedes? ¿Se limitan a sobrevivir cada día, que no es poco, o tienen además tiempo para soñar, pensar y diseñar un mundo un tanto más armónico que en el que nos ha tocado vivir? Yo déjenme que me apunte a esta última idea, aunque todos los humanos estemos plagados de contradicciones, de límites personales y de miedos paralizantes. Pero sí, se me antoja un tanto pobre un acercamiento a la realidad sólo de la mano de la actual «cultura de lo experiencial», que de alguna forma ha ido sustituyendo en los últimos tiempos a esa visión mucho más en clave de sueño colectivo, más propia de hace unas décadas, quizá mucho más flower power, pero desde luego sustentada en una suerte de progreso colectivo... Y, consecuentemente, abogo por la antedicha utopía, sobre todo en cuanto a la preservación de los derechos humanos. Claro que sí. Y no me avergüenzo de ello...
En realidad somos muchos los que, en las distancias cortas, nos armamos de visiones utópicas para reivindicar un mañana más justo, solidario y menos basado en el triunfo de lo netamente individual. A veces —como en mi caso— escribiendo artículos de medio pelo como estos a los que les tengo acostumbrados o mediante las estrategias, técnicas y herramientas que cada persona juzgue oportunos. A todos los niveles. Y, por hablar de dos referentes en lo más alto, señalemos a los dos últimos Papas de Roma. Y es que el recién estrenado León XIV y el fallecido Francisco, en paz descanse, también hablaron alto y claro de utopía. Por orden cronológico, ya saben ustedes que Jorge Bergoglio reflexionó en más de una ocasión sobre lo peligroso que era confiar únicamente al mercado la ordenación de nuestras cuitas, advirtiendo de la capacidad de dicho ámbito para dejar a muchos al margen. Y Prevost, a poco que le han puesto los micrófonos delante, ya ha empezado a pontificar —nunca mejor dicho— sobre otra utopía, sobre la que es necesario siempre insistir, y aún mucho más en estos tiempos convulsos: la de la paz... Y me congratulo de ello.
Sobre Gaza, sin ir más lejos, el nuevo Papa León XIV exigió ya en uno de sus primeros comunicados un inmediato alto el fuego. Y no puede ser para menos: el panorama que se dibuja allí, y que nos es trasladado tanto por los diferentes medios de comunicación como por testimonios horrorizados de personas diversas, es palmario: desde hace tiempo la franja es un verdadero moridero, donde la población civil agoniza con muy escasos suministros de todo tipo, poca agua y menos comida, nula atención a la salud, bombardeos y francotiradores y otros muchos flagelos. Una vergüenza colectiva ante la que sólo caben dos posturas o miradas: o la más absoluta pasividad o la denuncia sin paliativos. Sin más. No hay escala de grises.
Y es que no hay más vuelta de hoja, amigos y amigas, porque no me estoy refiriendo a cuestiones relativas a la etiología del conflicto, tácticas, ideológicas, geoestratégicas o a cuánta razón lleva cada uno. Ya les he explicado en más de una ocasión que no soy partidario de sociedades absolutistas, donde tienes que estar cortado por el patrón que le conviene al poder. Con lo que, dicho esto, entenderán que esto no es un mero alegato a favor de una de las partes. No, ni a favor de la una ni de la otra. En absoluto. Es más, en términos de libertades individuales les aseguro que no me gusta nada el modelo de sociedad anhelado por Hamás (que no por todos y cada uno de los palestinos), como comprenderán ustedes. Pero hay que llamar a cada cosa por su nombre, y lo que nunca se puede hacer es matar, exterminar y destruir a todo un pueblo en nombre del odio, sin más, vulnerando cualquier atisbo de legalidad o de cordura. Eso lo hizo Hitler y sus secuaces, por ejemplo, y ya ven qué pasó con el pueblo que, paradójicamente, hoy está en el otro rol. Dejar que la masacre en Gaza continúe es, en sí, un delito colectivo de lesa humanidad. Y a todos y a todas, como personas presentes en el momento en que esto ocurre, nos compete tomar cartas en el asunto.
Les he hablado más veces del «derecho a proteger», contemplado dentro del corpus legal internacional. Y este indica que si un Estado es represor con sus nacionales, o si no tiene la capacidad de defenderles eficazmente frente a un tercero, entonces los demás países están llamados a ejercer tal acción. En este sentido, lo que le ocurre hoy a la población civil de Gaza no es algo que sólo concierna a ellos o a sus agresores. Es... mucho más, que también nos atañe a nosotras y nosotros como sociedad organizada del siglo XXI. Y todo eso está aconteciendo ahora, por mucho que nos empeñemos en mirar para otro lado. Gaza... sigue ahí. Y, o somos conscientes de ello, o ni siquiera tendremos la fuerza moral y operativa suficiente para exigir que cese la barbarie... Y eso es algo que, desde hace mucho tiempo ya, superó el carácter de absolutamente imprescindible y urgente.
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