Opinión
Cincuenta años
En el año 2008, la población tibetana apenas alcanzó los seis millones de habitantes, distribuidos por un territorio de más de 2.200.000 kilómetros cuadrados: es una de las densidades de población más bajas del planeta y con unas distancias enormes de 2.500 kilómetros entre regiones como Amdo y Nyari. En un futuro no muy lejano, ¿correrán las otras siete montañas que quedan en Lhasa el mismo destino fatal?, se pregunta la disidente, Tsering Woser, ¿de qué vale la libertad religiosa, si no es una libertad total?
Quizás la respuesta la haya dado hace unos años el escritor Panjak Mishra, nacido en el norte de la India, en su libro Para no sufrir más. El Buda en el mundo.
De una manera poliédrica, Mishra nos habla de filosofía, de ciencia y de las cuatro nobles verdades del budismo, así como de otros intereses que se han sumado sin saberlo a este largo exilio.
Fue el 17 de marzo de 1959, cuando el Dalai Lama huyó del Tíbet después de haber fracasado un levantamiento popular contra las tropas chinas. Aproximadamente 80.000 tibetanos le siguieron, y se establecieron en la ciudad de Dharamsala (India) en donde estableció el Khashag, el Gobierno del Tíbet en el exilio. Luego las esporádicas revueltas y las muchas trabas burocráticas que han impuesto los nuevos administradores chinos tras la invasión—entre las que resaltaban sus largas pretensiones económicas— continuaron significando un muro insalvable. Surge como por encanto: el cielo. Sangri-la, fue lo que dejó el Dalai Lama en aquellos años. Sangri- la es la versión occidental de la milenaria leyenda de Shambala, un reino maravilloso rodeado de montañas y habitado por unas gentes rodeadas de clarividencia y telepatía que gracias al Kalachakra (práctica de meditación propia del yoga) consiguen llegar a la iluminación en una sola vida.
Los tibetanos en sus muchas manifestaciones saben que están lejos de ese Shambala que nos recuerda al sabio Milarepa y a su maestro Marpa, pero tienen eso sí, una imagen de un mundo que tendría que estar rodeado de paz y alegría. En el Tíbet actual los periodistas extranjeros no pueden preguntar abiertamente sobre el Dalai Lama. ¿El Dalai Lama se ha equivocado en sus negociaciones? Es posible. Antes de 1959, lo consideraban como su líder espiritual, pero desde entonces, ¿cómo pueden ir juntas la política y la religión? Nos preguntamos: ¿qué libertad hay en un país en donde sus ciudadanos no pueden reivindicar sus derechos y hablar de independencia? ¿Cómo es posible que no se permita a un ciudadano tibetano llevar una foto del Dalai Lama?, ¿tanto peso tiene estando fuera de sus fronteras, tras cincuenta años de ocupación? ¡Es cierto! Muchos han sufrido ese exilio, ahora el Dalai Lama es una figura reconocida fuera. Pero ¿y la libertad?, ¿dónde está?
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