Opinión | Crónicas galantes
Gaviotas delincuentes
Una gaviota armada de cuchillo en el pico desató no hace mucho el espanto al pasearse con aire retador entre los clientes de algunas terrazas de Vigo. Felizmente, nadie sufrió daños, pero el caso del ave navajera supone un salto cualitativo en las habituales amenazas de estos pájaros, de suyo propensos al hurto y otras formas menores de delincuencia.
Muchos años atrás, estas palmípedas de andares algo vacilantes eran idealizadas por la gracia de su vuelo: sobre todo entre los que no tenían tratos con ellas. Prueba de eso fue el éxito de una novela que, bajo el título de Juan Salvador Gaviota, vendió millones de ejemplares en la década de los setenta. Se trataba de una historia vagamente cursi que hoy tendría —y acaso tenga ya— multitudinario éxito en las redes sociales.
Otra cosa son las gaviotas de verdad, mucho más acertadamente retratadas por Alfred Hitchcock en su película Los Pájaros. Aquí en Galicia ya sabíamos que, en realidad, son unas carteristas consumadas que lo mismo les roban la merienda a los niños que su cámara a un turista.
Ni siquiera les hace falta dotarse de arma blanca, como la que otro día sustrajo una de ellas para intimidar a la clientela viguesa. Las gaviotas han desarrollado la habilidad de lanzarse en picado —como un Stuka japonés— sobre las tapas, los cruasanes o cualquier otro comestible que esté a su alcance en las mesas de las terrazas.
El susto se lo lleva en estos casos el cliente; y los estropicios en la cristalería corren por cuenta del dueño del bar. Raro es que las compañías de seguros no hayan ideado todavía una póliza a la medida de esta amenaza.
El número de gaviotas parece haber descendido en las islas Cíes y otros puntos de la costa gallega, aunque no está clara la causa. Se han detectado algunos casos de gripe aviar en esta especie, si bien no en número bastante como para explicar su declive en las ciudades.
Podría ser una noticia confortadora para las víctimas de estas aves que se ajustan a la definición académica del ratero (o ratera). Es decir: que hurtan con maña y cautela cosas de poco valor.
Lo malo del caso es que ya tienen sucesoras. Las palomas, aves igualmente graciosas que hasta representan al Espíritu Santo, les han tomado el relevo. Se diría que las gaviotas les han enseñado sus mañas, de tal modo que ya se comportan como ellas. Rompen las vajillas con igual destreza, aunque es cierto que no causan el mismo pavor a la clientela, debido a su menor envergadura.
Quizá ocurra que, a fuerza de humanizarlos, los animales se han tomado confianzas un tanto excesivas con los seres humanos propiamente dichos. Muchos se hacen vídeos acariciando a cuervos, lobos, tigres y lo que haga falta en las redes sociales, donde son un reclamo seguro para conseguir cientos de miles de likes. Y luego pasa lo que pasa.
Todavía no se ha visto, cierto es, que algún particular adoptase a una gaviota como animal de compañía, lo que sin duda constituye un agravio comparativo en materia de fauna. Igual hay gente que les guarda rencor por sisarle la tapa.
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