Opinión
La fumata blanca social y política
Hay que ser normales, tirando a claros. Como alivio de los tormentos de los días apurados, nada casuales, como mitigación de este ahora convulso, extraño. De las circunstancias extremas, casi radicales de las crisis, los conflictos, las pocas luces y los apagones previsibles, resueltos en horas con eficacia; en estos tiempos post conciliares, en los que lo rojo se hizo blanco y tomó nombre de León XIV; en los que la vida de los humildes mortales se torna morada por los golpes de las guerras, las inmigraciones, el narco, las mafias, el terrorismo, las discriminaciones de género, los abusos, la pobreza, el hambre, la corrupción... Y, destaco, la incultura, el desencuentro generacional y el desprecio del esfuerzo, los fondos y las formas.
Podemos releer el reverso de todo ello, quizás convenga. Más la paz, el diálogo, los consensos, aunque resulten son imprescindible. Se ansían como agua de mayo, para resolver problemas como el de la vivienda, para reconstruir los pueblos de las danas múltiples, y tantos otros.
La vida no puede aparentar un caudal anegador, es decir, no hemos de querer sobreabundancias ni anegaciones. Todo en su justa medida. En la moderación y el centro,
El sí es sí, el no es no, pero siempre existe la posibilidad cabal, serena, equilibrada del término medio. De respetar lo humano, incluso los Derechos, de persuadirnos de que el otro existe, de ser capaces de ponernos en el lugar, y de esforzarnos por construir un hábitat respetado, social, económica y, por supuesto, medioambientalmente.
Quiero ser optimista. No obstante los incendios espontáneos parecen ser los dueños de las noticias, más allá, claro, de las banalidades de la mayoría de los llamados influencers —«personas influyentes», en castellano—, de los creadores insustanciales, pero trascendentes, de contenidos superfluos —casi todos, repito—, en román paladino, en el lenguaje llano y claro, en lo que diría un Sancho y comprendería un Quijote.
Tras Gaza o Ucrania —o África, casi entera, o tantos otros lugares— vivimos en una cultura que parece asimilar la crueldad y la impunidad. Las moderadoras instituciones internacionales —la ONU o el Tribunal Internacional, etc.— se demuestran impotentes, cuando no inútiles. Los Trump, los Putin, los chinos o los árabes, los judíos o los hindúes y pakistaníes apelan a sus sinrazones para alterar conciencias y engordar bolsas o enflaquecer caudales, para gastar en Defensa lo que no se dispone para bienestar social o educación o pensiones dignas.
En el lado de la esperanza construida, en el de nuestra cultura, la Iglesia católica, casi eterna, vive en la expectativa de un salvación que pretende hacer depender de un solo hombre, León XIV, al que han convertido en blanco responsable de la esperanza para un mundo gris, en la expectativa del milagro improbable si no colaboramos todos los que decimos defender a los débiles, si no respetamos a los que no piensan como nosotros, si no incorporamos en igualdad a las mujeres, si no somos demócratas dispuestos a aportar nuestro grano de arena a la playa de la libertad.... Debemos ejercer una sencilla experiencia de pegamento solidario, de tolerancia, capaz de denunciar y de aportar soluciones, de unir diferencias, de ser trasparentes en las intenciones de cada uno o de cada colectivo, de hacer de la comprensión la fe de lo tangible. Esa es una misión que merece la pena. Incluso en la política actual o post congresual
La solución no está en la Inteligencia artificial, ni en las pantallas, habita entre nosotros.
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