Opinión | La suerte de besar
El bajón de la televisión
Sin ánimo de herir susceptibilidades, Eurovisión me interesa poco. Vale que el La, la, la de Massiel elevó nuestra autoestima musical o que su estribillo es pegadizo, pero, al margen de eso, no diría que es una obra maestra. Cuenta la cantante que el certamen la encasilló y que ganarlo le destrozó la vida, que debería haber hecho como Julio Iglesias y quedarse en América cosechando éxitos. Nunca lo sabremos. Guardo buenos recuerdos del Europe’s Living a Celebration, de Rosa López, porque mis amigas y yo copiábamos la coreografía en el salón de casa de Bea antes de salir de marcha, pero poco más. Eurovisión no me parece especialmente interesante. Ni en lo musical, ni en lo estético, ni en su puesta en escena. El brilli brilli está sobrevalorado. Visto uno, vistos todos y en cuanto al momento de las votaciones, me quedo con el parchís. Es menos sofisticado, pero más entretenido. Si llegamos al punto en que Eurovisión y el fracaso de Melody se convierten en excusas políticas para debatir sobre la masacre del pueblo palestino y para que PP y PSOE se enzarcen en nuevos rifirrafes, entonces se confirma que Eurovisión no es un espacio artístico. Es otra cosa.
Uno de los momentos estrella de cuando, de pequeña, viajaba al extranjero era llegar al hotel y engancharme a la televisión por cable. Era tener un mundo infinito a mi alcance. Vi Dirty Dancing medio año antes de que se estrenara en España, me quedaba anonadada con el acento británico de los presentadores de los informativos ingleses, los concursos franceses me parecían lo más, la televisión árabe era insondable y, siempre que conectaba con Italia, salían mujeres ataviadas con maillots plateados, pechos al aire y plumas en la cabeza. Era la época Berlusconi y el aspecto muy cutre. Tengo la triste sensación de que la apuesta de nuestra televisión pública por emitir, entre otros programas, La familia de la tele es una apuesta para orillar hacia lo casposo. Una pena.
Me gustan las segundas oportunidades. Son románticas. Que RTVE ofreciera una salida a María Patiño y compañía tras la salida abrupta de Telecinco tuvo su no sé qué épico, pero la realidad es dramática. Belén Esteban haciéndose las mechas en el plató, Kiko Matamoros criticando, mujeres con labios y pechos siliconados, rencillas entre los contertulios y debates insulsos sobre la crisis de Eurovisión y el estado psicológico de Melody tras la derrota. Alguien en la otra punta del mundo se debe estar llevando una imagen primaria de nuestro país.
No diré que pago impuestos con alegría, porque no es cierto, pero sí los pago con convicción. Pienso que contribuir a las arcas públicas ayuda a mejorar el bienestar y la equidad sociales. Creo que aporto mi grano de arena a las pensiones de quienes más lo necesitan o que es una manera de asegurar el acceso a la educación o a una sanidad de calidad. Pensar que mis impuestos van a sufragar una programación con un umbral del entretenimiento tan bajo y un nivel de ordinariez tan alto es deprimente. Y, para más inri, tampoco cumple con un requisito imprescindible para un programa de sobremesa: que invite a siestear. ¡Y es que ni eso! Gritan tanto y reviven las canciones de Eurovisión tantas veces, que ni para eso sirve.
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