Opinión | Inventario de perplejidades

Boyero y la memoria de Massiel

Para los de mi quinta, el festival de Eurovisión era una de las bazas que el régimen franquista podía utilizar para dar la impresión de que la brutal dictadura que presidía el general Franco estaba a un paso de ser admitida en el selecto club de la Europa rica y democrática.

Toda la gente bien informada sabía que tal acontecimiento no tendría lugar hasta que, como diría don Torcuato Fernández-Miranda, no se hubieran cumplido las «previsiones sucesorias» o, dicho en lengua coloquial, hasta que el sátrapa ferrolano la hubiera espichado. Entonces y solo entonces, el jefe del Gobierno español, el socialdemócrata Felipe González, se apresuró a reconocer al Estado de Israel y confirmar mediante referéndum la entrada en la OTAN, dos asuntos de capital importancia geoestratégica en los que Adolfo Suárez no fue especialmente diligente, ya que los poderes fácticos acabaron por forzar su dimisión.

Al margen de este breve resumen histórico, el objetivo principal de estos festivales es promocionar la industria de la «música enlatada» y de sus intérpretes convertidos en auténticos líderes de unas masas fanatizadas por un patriotismo oportunista.

Un esquema de negocio que se patentiza en el caso del festival de Eurovisión con la falsa competencia entre los jurados de las distintas naciones repartiendo puntos en razón de intereses políticos en vez de los puramente artísticos.

El último escándalo protagonizado por el Estado genocida de Israel ha terminado por darle la puntilla a un tinglado que permite con todo descaro el mercadeo de los votos, la compra de voluntades y la utilización de técnicas de propaganda claramente «goebelsianas».

Europa y lo que quede de la clase política decente no puede permitir el horrendo espectáculo de la matanza que está perpetrando en Gaza el ejército de Israel, que incluso reconoce que su objetivo preferente son las mujeres y los niños.

Pero, por sanidad mental, volvamos a ocuparnos de lo que representó en nuestras vidas el certamen musical patrocinado por las televisiones públicas. En las primeras convocatorias, el festival de Eurovisión seguía el formato clásico de este tipo de eventos. Todo giraba en torno a la figura del divo o de la diva sobre los que caía la responsabilidad de hacer pegadiza una música y unas letras acerca de las cuales el público no acostumbraba a tener una referencia previa. Y todo eso desarrollado en un periodo de tiempo entre los 3 y los 5 minutos, lo que es una dificultad añadida.

Entre las estrellas que asomaron su cara a los televisores europeos hay que destacar al melancólico Julio Iglesias, que ofrecía el aspecto del que sufre un permanente dolor de espalda; el Dúo Dinámico, en su doble papel de intérpretes y compositores y, por descontado, al catalán Joan Manuel Serrat y la asturiana Massiel.

La canción de los «dinámicos» estaba compuesta a la medida de un jovencísimo Serrat, que expresó su deseo de cantarla en la lengua de Verdaguer. La propuesta resultó escandalosa a las autoridades franquistas, que ordenaron la sustitución del intérprete. Massiel fue convocada de urgencia y el éxito fue rotundo. Muchos años después, el hipercrítico, hiperácido, e insobornable Carlos Boyero elogia la actuación de la cantante asturiana, a la que describe como inteligente, volcánica, descarada y sensual. Y reconoce que su visión de su corto vestido le provocó «impagables sensaciones en su turbulenta adolescencia».

La impresión debió de ser muy fuerte porque la memoria permanece muy viva.

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