Opinión | Décima avenida

Palestina e Israel: polarización al cubo

Una peculiaridad del conflicto palestino-israelí es que es de los pocos asuntos internacionales que tienen la capacidad de convertirse en tema de conversación nacional y, por tanto, de entrar en las dinámicas de la política doméstica. Sucede desde hace años en EEUU, donde la presencia del Estado hebreo en la conversación política y electoral lo convierte en algo así como el 51º estado de la Unión. Ocurre también en Europa, en este caso por el peso de la historia: por la tradición antisemita, que alcanzó su cima con el horror del Holocausto; por el origen europeo tanto del sionismo como de la mayoría de los emigrantes que fundaron Israel hace casi un siglo; por la responsabilidad europea en los procesos de descolonización en Oriente Próximo. Y también pasa en España, donde Israel se cuela en el debate político según las trincheras que definen dicha conversación: izquierda y derecha, blanco o negro, sin matices, sin prisioneros, a sangre y fuego dialécticos, con más postureo y ruido que sustancia. Solo por comparar, y para entender los diferentes impactos: el conflicto entre Ucrania y Rusia no se aborda en España con la ferocidad ideológica y partidista del palestino-israelí, pese a que, por una larga lista de razones, tendría que ser el Donbás y no Gaza el tema de conversación preferente.

En tiempos de extrema polarización y de banalización de la política y de la conversación pública, que Israel y los territorios ocupados palestinos se conviertan en asunto de conversación interna lleva a bochornos como el de estos días a cuenta de Eurovisión. La lista de motivos para la vergüenza es larga: considerar un festival de la canción un escenario geoestratégico en el que dirimir asuntos como los derechos humanos; culpar a la defensa de los derechos humanos de la derrota de una cantante; convertir la votación de un jurado y de un voto popular televisivo en un plebiscito sobre la posición de España en un conflicto internacional de primer orden; pedir el boicot a Israel en Eurovisión como supuesta muestra de firmeza y compromiso con la paz; debatir, discutir e insultarse a cuenta de un festival mientras, de forma simultánea, al otro lado del Mediterráneo, se bombardea y se castiga con el hambre como arma de guerra a una población entera. Europe is living a celebration, sin duda.

Tiene mérito, en mayo de 2025, descubrir que Israel utiliza el festival de Eurovisión como una plataforma de relaciones públicas y propagandística. Eurovisión, cierto, y también el deporte, la gay parade de Tel Aviv, series de televisión como Fauda, el ejército de comentaristas en las redes sociales y los vídeos de soldados jóvenes bailando de uniforme en TikTok. Nada de ello es nuevo: está profundamente estudiado tanto el hecho en sí como el objetivo, que es construir el mensaje de que Israel es un Estado occidental más, con valores compartidos y una misma visión del mundo que el primer mundo de Occidente. Desde los atentados del 11-S, además, es un Estado que se presenta como la primera línea de combate contra el fundamentalismo político, religioso y social del islam, y su expresión violenta en forma de terrorismo yihadista.

Esta es la puerta de entrada (a la derecha) por la que el conflicto palestino-israelí se cuela en la conversación nacional. Esta semana, en el Parlament de Catalunya, Aliança Catalana ha enarbolado la bandera israelí, y la CUP, la palestina. Lo mismo hacen, a su estilo, PSOE y PP. Todos ellos banalizan el conflicto: si de boicotear a Israel por la matanza en Gaza se trata, más eficaz que Eurovisión sería centrarse en el gasto en defensa, ya que el Estado hebreo es una potencia militar gracias a que su tecnología tiene la garantía de haberse probado en combate. ¿Dónde? En Gaza y Cisjordania desde 1967, porque el conflicto no empezó el 7 de octubre de 2023. Cuando desde la derecha se clama libertad y respeto a los valores judeocristianos compartidos, hay muchos (nietos de una escuela política que en su momento hizo gala de su antisemitismo) que no ven a Israel como un amigo, sino como el encarnizado enemigo del enemigo común.

En España, el conflicto palestino-israelí sufre una polarización al cubo: la inherente a palestinos e israelíes, la del eje izquierda-derecha y la que rodea cualquier decisión que toma Pedro Sánchez. Las vidas de miles de personas se reducen a un peón en el tablero de la peor política. Y el ruido resultante es más atronador que Eurovisión.

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