Opinión | Shikamoo, construir en positivo
Cien años después...
Les saludo en esta nueva columna de miércoles, justo en el día en que mi papi hubiera cumplido los cien años. Déjenme, por tanto, que comience con un pequeño homenaje a Luis Quintela García, en paz descanse, que un 28 de mayo de 1925 comenzó su andadura, hasta noviembre de 2006. Pero dicen que nunca nadie desaparece completamente mientras se le recuerde, y por eso considero que tanto él como tantos otros padres y madres siguen ahí, de alguna manera. Formando parte de nosotros, por supuesto, que somos su legado más profundo, y también a partir de su huella individual y colectiva en nuestro grupo humano. Déjenme que les proponga en esta columna que reflexionemos sobre qué significan nuestros padres y, en general, nuestros mayores. Sobre qué papel les damos en la sociedad y cuál no, y sobre las consecuencias de todo ello.
Papá es evidente que es uno de los dos «culpables», junto con María Elena Julián López —mamá— de que yo esté aquí y ahora hablando con ustedes... Y eso es mucho más grande que cualquier otra cosa que podamos imaginar. Pero lo más bonito de todo eso es que lo mismo les ocurre, por obvio que parezca cuando se expresa, a todos y todas ustedes. Es por eso que creo que ningún homenaje que les hagamos a nuestros mayores como conjunto, más allá de nuestros afectos particulares, es suficiente para reconocerles todo lo que nos han brindado. La vida, para empezar, pero generalmente muchísimo más: toneladas de amor, cuidados y empeño para que lo que un día fue su proyecto —el nuevo ser— se convierta en alguien autónomo, con capacidad para pensar y actuar y tomar sus propias decisiones. Sé que hay casos en que no es así, y créanme que los he conocido muy de cerca por mi actividad profesional, hasta extremos ciertamente truculentos. Pero, estadísticamente, creo que no me confundo demasiado si afirmo que lo que yo expongo es a lo que normalmente estamos acostumbrados.
Mucho ha cambiado la sociedad desde aquel 28 de mayo de 1925. Fíjense que el mundo vivía entonces en el período entre las grandes guerras, y en un contexto más cercano ni siquiera había llegado la Guerra Civil y los cuarenta años del opresivo régimen que a esta sucedió. Desde entonces se han ido forjando notables avances en todos los campos que tienen que ver con la ciencia y la tecnología, pero si me apuran yo destacaría especialmente los relativos a la mejora de la salud y la nutrición y, consecuentemente, al incremento de la esperanza de vida. Pero más allá de esto, tanto la movilidad personal como las comunicaciones, todo lo relacionado con la energía, las soluciones habitacionales o la estructura productiva de la sociedad han dado desde entonces un vuelco. Ciertamente, cuesta trabajo reconocer el mundo de 2025, al final del primer cuarto del siglo XXI, visto con ojos de aquel año en que nació papá. Trato de hacer este ejercicio, como comprenderán, mediante lecturas y otros testimonios de aquella época. Y me va bien, como forma de intentar entender el mundo de hoy desde sus raíces de antaño.
Pero ¿saben? A pesar de las diferencias notables entre las diferentes épocas, en realidad siempre han nacido y han ido desapareciendo personas como usted y como yo, con sus inquietudes, alegrías, miedos, capacidades, destrezas, errores, fuerza y dificultades. Ahora puede que nos parezca que entonces la sociedad era de alguna manera en blanco y negro, pero no es así. En el presente de cada momento de la Historia estamos precisamente en el momento más reciente de nuestra andadura colectiva, y lo mismo que ahora nos sentimos en la cresta de la ola, muy en el presente, en los veinte o los treinta del siglo pasado, o mucho antes, había ese mismo sentimiento y, por supuesto, era real. En cualquier otra época.
Creo sinceramente que la sociedad se ha dejado seducir en los últimos años por el concepto de juventud como un valor en sí, cada vez más en alza. Pero yo, sin embargo, veo esto como algo más circunstancial: dicen que ser joven es la única «enfermedad» —perdónenme el chascarrillo— que se cura con la edad. Y, hablando más en serio, creo que el descarte a todos los niveles de las personas por sus años acumulados es algo que también es mucho más notorio en los últimos tiempos, y que nos empobrece como sociedad. Ya se lo he dicho más veces, y así lo creo firmemente. ¿Son conscientes ustedes de la alta tasa de prevalencia de la soledad no deseada entre nuestros mayores? Pues fíjense, el nivel de sosiego en los lugares del mundo que he tenido oportunidad de conocer en el que los mayores desempeñan un papel específico, valorado y muy respetado, no lo he encontrado en nuestro entorno próximo. Ni de lejos...
En materia educativa, por poner un ejemplo, me ha parecido siempre de gran valor la transmisión de conocimientos entre generaciones bastante separadas en el tiempo. Y es por eso que me fascinan las propuestas que trabajan el elemento intergeneracional. Creo que tienen la capacidad de abundar en un intercambio de experiencias menos lastrado por lo operativo, por lo inmediato o por la agenda social y académica más candente en cada momento. Aportan un fondo de armario de aprendizaje que siempre me ha sorprendido y llamado mucho la atención. ¿Qué les parece a ustedes? ¿Cultivan, a cualquier nivel, el intercambio y aprendizaje intergeneracional? ¿Son conscientes de todo lo que nuestros mayores nos pueden aportar? Ya me contarán...
Bueno... Cuídense, sigan creciendo en años y sabiduría y... ¡felices cien años, papá...!
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