Opinión | Un minuto

Homenaje a Rafa Nadal

No me avergüenza reconocer que soy de lágrima fácil, sobre todo desde que me muevo en lo que llamamos madurez. Un hecho heroico, un gesto magnánimo, una película con escenas tiernas son ocasiones en las que los lacrimales se me disparan, y lloro como un bendito. Me ocurrió con el gran homenaje a Rafa Nadal que se montó el pasado domingo en la pista central del complejo Roland Garros, en París. No sé de otros, aunque muchos me reconocieron que fue emocionante el evento, y más aún ver al héroe llorar como cualquiera de nosotros. Es que ganar catorce veces ese trofeo, es mucho triunfo.

Ver a aquel jovenzuelo melenudo que en 2005 mordió por primera vez la copa, para dar paso veinte años después a la incipiente calva que se le adivina ya en 2014 es toda una epopeya.

Y los agradecimientos a todos, a su tío Toni que tanto le aguantó, a sus contrincantes, a los recogepelotas, con señorío, y a su familia, desde su mujer abanderada con el crío, a las abuelas, hasta el barrendero de la pista que descubrió la huella de Rafa que quedará para siempre marcada en la pista Philippe Chatrier, la central de Roland Garros.

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