Opinión | Décima avenida

Springsteen vs Trump: lucha por la tierra de esperanzas y sueños

Land of Hope and Dreams ha bautizado Bruce Springsteen su gira de este verano por Europa. Tierra de esperanza y sueños, un tema habitual en su obra, es una canción en la que un tren en el que cabe todo el mundo (santos y pecadores, perdedores y ganadores, prostitutas y jugadores, almas perdidas y rotas, corazones rotos, ladrones, bufones y reyes…) simboliza su visión del sueño americano, mito fundacional del país que, a pesar de todas sus imperfecciones, sigue anclado en el sentido común estadounidense y en el de tantas y tantas personas que tratan de llegar y prosperar en EEUU.

En el primer concierto de la gira, en Manchester, el Boss calificó desde el escenario a la administración Trump de «incompetente, corrupta y traidora», y ofreció un recital que incluía algunas de sus canciones más combativas políticamente (Rainmaker) o que evocan su visión de EEUU como tierra de libertades (The Promised Land, Long Walk Home). Los conciertos de la gira los termina con Chimes of Freedom, un clásico de Bob Dylan que es un canto de compasión y solidaridad con los desposeídos y, en algunos conciertos, con This Land Is Your Land, el himno de Woody Guthrie.

Por supuesto, el activismo de Springsteen le sentó fatal a Donald Trump, que en la campaña electoral ya criticó al propio Boss y Taylor Swift por su apoyo a Kamala Harris. Trump cargó contra el rockero fiel a su estilo: en un mensaje en Truth Social, el presidente de EEUU llamó a Springsteen «sobrevalorado», «imbécil prepotente», «más tonto que una piedra» y «reseco como una pasa», criticando tanto su música como sus posturas políticas. También sugirió que Springsteen debería «mantener la boca cerrada» hasta que regrese al país, insinuando consecuencias: «¡Entonces veremos qué pasa!». La respuesta del Boss fue abrir su siguiente concierto con la canción No Surrender. De Born in the U.S.A., himno robado por Ronald Reagan en su campaña electoral a pesar de su letra crítica con la guerra de Vietnam, hasta Land of Hope and Dreams, hay un camino en la relación del Boss con la derecha estadounidense.

Esa relación es hoy más pertinente que nunca, porque Springsteen solía tener una parte importante de su público y cantaba a ese ciudadano estadounidense medio, de pantalones vaqueros, cenas en el diner y bailes los sábados por la noche en el paseo marítimo, que hoy en gran medida es la base electoral del movimiento MAGA. En el primer volumen de sus memorias (Una tierra prometida —de nuevo, la misma idea del sueño americano), Barack Obama explica que el peor error de su campaña en 2008 fue llamar «resentidos que se aferran a las armas y la religión» a los habitantes de esos pueblos de Pensilvania y el Medio Oeste donde los empleos desaparecen a diario. «No es nada sorprendente que estén frustrados y recurran a las costumbres y al estilo de vida que han sido las constantes en su vida, ya sea la fe, la caza o el trabajo obrero, o a ideas más tradicionales de familia y comunidad».

Parte de la reacción de Trump responde a su vanidad y narcisismo, sobradamente conocidos. Parte se explica por su matonismo, que busca amedrentar a los adversarios, reales o imaginarios. Parte se debe a su estrategia de atacar a sus enemigos por vías judiciales, buscando perjuicios económicos; por eso sus advertencias no deben ser tomadas a la ligera. Parte busca incidir en la guerra cultural que presenta a cantantes y actores como izquierdistas ajenos a los valores estadounidenses. Pero, políticamente, el duelo con Springsteen es también una batalla por la tierra de las esperanzas y los sueños, por el mejor reflejo que ve el estadounidense cuando se mira al espejo.

El nativismo de Trump defiende una imagen clara de EEUU: blanca, tradicional, aislada en sí misma, individualista, orientada al éxito. Springsteen canta a quienes presentan un modelo alternativo: conciencia moral, justicia social, redención, humanidad, esperanza, mano tendida a los que se han quedado atrás. En contra del cliché desde Europa, esta América que cree en la comunidad y la solidaridad también existe, y genera poderosos lazos comunitarios en esas poblaciones medianas y pequeñas que pueblan el país, a menudo articulados a través de las iglesias.

Ahora se han echado en brazos de Trump, y este no quiere bardos ni poetas ni cantantes de rock que les digan que otra América grande existe y es posible.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents