La Cúpula Dorada

Donald Trump imagina un proyecto antimisiles que está alternado el humor de las potencias nucleares enemigas. A China y Corea del Norte les preocupa la militarización del espacio exterior. El proyecto pretende interceptar misiles balísticos intercontinentales y armas hipersónicas por medio de miles de interceptores desplegados en la órbita baja terrestre. Dicen que es físicamente imposible, pero hubo un tiempo en que parecía físicamente imposible que Donad Trump acabara siendo presidente de Estados Unidos e influencer mundial del neofascismo horterón.

El constructor del Despacho Oval le ha calculado un presupuesto de 175.000 millones de dólares. El principal contratista sería el multimilmillonario Elon Musk. Ese dinero puede alterar la economía del enemigo, como «la Guerra de las Galaxias» de Ronald Reagan extenuó económicamente a la URSS. Reagan es el presidente de referencia en la decoración presente del Despacho Oval.

Lo más trumpiano del proyecto es el nombre: Golden Dome (Cúpula Dorada). No es un escudo, que suena a arma defensiva, ni siquiera como el de Capitán América, una aleación de vibranium, acero y un catalizador desconocido, conocido como Proto-Adamantium. Es una cúpula, una arquitectura, y es dorada, como le gusta todo al emperador. La cúpula, como de una iglesia, como de un hotel; dorada, como los adornos y como el pelo de todas sus mujeres, amantes, hijas y nueras por voluntad y por destino (salvo Melania, que es rubia discontinua).

Una Cúpula Dorada haría de la guerra nuclear sobre Estados Unidos un espectáculo de fuegos artificiales —mejor que el que dio al mundo George Bush al inicio de la guerra del Golfo en un anochecer sobre Bagdad— para ser contemplado desde los distintos espacios del resort (el bar, la piscina, los balcones, las terrazas, los jardines, las lomitas romas...) estadounidense. La cúpula dorada, negocio suculento, estrategia nuclear, realidad imposible, es una fantasía futurista pop y un sueño hotelero para un país.

Suscríbete para seguir leyendo