Opinión
Espejito de la IA: ¿estoy buena?
La pantalla de nuestros móviles es un espejo mágico: acudimos a ella para escuchar lo que necesitamos oír y para ver lo que nos apetece, aunque de paso nos dice lo que a ella le interesa y nos mete por los ojos hasta lo que odiamos.
Es curioso (quizá ahí esté el hechizo, o la adicción) cómo no parecemos darnos cuenta y eso que los relatos llevan avisándonos, desde los mitos clásicos hasta los cuentos populares, siglos. Narciso, sin ir más lejos, estaba encantado de conocerse, pero acabó con la mirada puesta en el cauce del río (ese scroll alelado de guijarros y hierbajos y hasta algún pez) durante horas, hasta que se cayó dentro y la cascó. Y la madrastra de Blancanieves, la que le preguntaba al espejito mágico si era la más bella del reino (y este le respondía porque era mágico, sí, pero a ella le gustaba por otra propiedad: era honesto), no acabó demasiado bien. No soportó que le contestara que la más guapa era su hijastra adolescente (es decir, no acató el paso del tiempo), mandó matarla y encargó su corazón como prueba, le entregaron el de un jabalí, la muchacha se fue de rave rural con siete enanitos, ella se disfrazó de anciana y le recetó una manzana (envenenada), solo para que al final a la niñata la salvara un bache en el camino y el beso o la maniobra de Heimlich de un príncipe y para acabar ella, la madrastra, suicidándose.
Digamos que la literatura popular nos dice, desde hace eones: rompe el espejo, pon el móvil en modo avión un ratito. Acabarás como un vanidoso en el fondo del estanque, como una amargada muerta por dentro.
En las dos historias late la obsesión por el físico, que es la forma más perversa (porque acaba siempre en el autoflagelo) de miedo al paso del tiempo, así que no es raro que en una sociedad como la nuestra los espejos sean cada vez más sofisticados. En otras palabras, ahora mismo mucha gente en el planeta teclea en su aplicación de ChatGPT: «Espejito, espejito, ¿cómo puedo ser la más guapa del reino?». Y la IA la manda a comprar productos de belleza.
Lo leo en un artículo del Washington Post. Hasta hace poco, la gente usaba la IA para recabar información sobre un tema, para liberar una tormenta de ideas o para mandar un email rutinario sin darle mucho a la sesera. Se buscaba información, pero es que ahora también se le pide opinión y consejo. Sí, como a un amigo. Lo que sucede es que, por lo visto, cada vez más personas opinan que alguien que te quiere no será honesto, porque no querrá herir tus sentimientos. Así que es mejor preguntárselo a ChatGPT, que es neutral. Si somos un objeto, mejor preguntarle a un objeto. Si somos un producto, mejor confiarle tus inseguridades a un producto. Una de las fuentes del reportaje, por ejemplo, le dijo a la IA que no se sentía deseada: subió un autorretrato y le pidió que lo comentara como si fuera «una hermana mayor que te dirá la verdad aunque duela porque te quiere».
Lo malo es que la IA te conoce, porque le has confiado otros gustos y miedos. Y además no es para nada neutral. La IA tasará tu belleza tirando de su base de datos, que antes habrá construido con fuentes tan amables, entre otras, como foros masculinos misóginos o webs con títulos tan sugerentes como Hot or Not. Es decir, será como si te evalúa el alumno resentido del instituto. Y no solo eso: sus consejos podrán estar sujetos a incentivos financieros de marcas bien posicionadas. Un rato después, igual te estás chutando bótox en un puente o quemando la tarjeta en una droguería.
Hay más ejemplos. Una aplicación como Luzia, de una empresa española (hasta 50 millones de dólares en rondas de financiación), ofrece la imagen de una amiga pelirroja muy amable: al principio, las adolescentes la usaban para transcribir apuntes o mensajes de voz de wasap, pero se sabe que cada vez más le confiesan (aunque haya filtros para los temas más peliagudos) sus preocupaciones más íntimas. Una subrogación de la amistad, vaya, cuanto menos triste.
Estanques, espejos de mano o cristal de iPhone. El reflejo de tu cara con papada en la pantalla apagada es triste como una piscina vacía. Pero encenderla, según para qué, puede ser todavía peor. Espejito, espejito, cómo me cabrea todo esto: ¿acaso me estoy haciendo viejo?
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