Opinión

León XIV: un soplo de esperanza para la humanidad

El cardenal Robert Francis Prevost (Chicago, 1955), estadounidense con corazón peruano (el pueblo de Chiclayo le siente como su hijo predilecto por su fe, su cercanía y su disposición a trabajar por toda la colectividad en los 18 años que vivió en aquellas tierras norteñas), está llamado a ser un gran papa. Académicamente está muy preparado (licenciatura en Ciencias Matemáticas y en Derecho Canónigo, maestría en Divinidad, doctorado Magna Cum Laude en Derecho) y posee unas cualidades humanas excepcionales. Dialogante e integrador, nunca deja nada al albur, gran capacidad para decidir, con gran serenidad a la hora de argumentar y muy ponderado en las soluciones que propone desde la cercanía y el respeto a los que piensan distinto, por lo que resulta fácil establecer una relación de confianza recíproca. Ha conocido culturas, sensibilidades y estilos diferentes, y siempre ha tendido la mano, para él la diversidad es un regalo, no ve las diferencias como un problema, sino como una oportunidad de integración. Es consciente de que la Iglesia se construye desde la propia comunidad. Es un hombre de síntesis, conoce la realidad del mundo en el que vivimos, tiene espíritu misionero y evangelizador.

Ha sido Prior General de los Agustinos, de ahí sus continuas referencias a San Agustín y sus enseñanzas. Ayudó a la reorganización de Cáritas. Tiene experiencia en el diálogo interreligioso tras haber desarrollado una gran labor en la Congregación de las Iglesias Orientales. Ha estado muy cerca del papa Benedicto XVI en la Doctrina de la Fe, lo que le ayudará a llevar a cabo reformas doctrinales. Ha trabajado codo con codo con el papa Francisco, que le nombró prefecto del Dicasterio de los Obispos, conoce perfectamente el funcionamiento del Vaticano. Tiene un gran apoyo de los obispos latinoamericanos. No será un calco del papa Francisco, pero seguirá su estela, y lo hará con su propio estilo tranquilo, sereno y profundamente humano. Ama la naturaleza, sintoniza con la encíclica Laudato si´ del papa Francisco. Un papa tenista: el tenis es una de sus mayores pasiones, es un competidor formidable (el día de la fumata blanca su imagen apareció en la pista central del Foro Itálico/Máster 1000 de Roma, ojalá algún día le veamos disputar un partido de tenis con fines benéficos).

Mi palpito me dice que León XIV va a sorprender al mundo, será capaz de reunificar una iglesia demasiado polarizada y encontrará recursos para adecuarla a los nuevos tiempos (los 132 cardenales que lo eligieron demostraron su entusiasmo en el momento que aceptó —con gran serenidad— ser el nuevo papa). En una época en la que la sociedad está demasiado polarizada y crispada, le vendrá bien un papa equilibrado, centrista y reformista. En la homilía de la misa de inicio de su pontificado, ha dejado caer las frases clave que señalan el camino: «Es la hora del amor; convivir en la concordia desde la diversidad; construir una Iglesia unida, misionera, que se deja cuestionar por la historia, que abre los brazos al mundo, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado; denuncia la violencia, el miedo a lo diferente y un paradigma económico que explota; y nos llama a todos a construir un mundo nuevo en el que reine la paz» (esta última frase es uno de los pilares de mi último libro: Rumbo a la salud planetaria y a un mundo nuevo. Me siento plenamente identificado con su discurso, tenemos puntos en común: 69 años, amamos la naturaleza, buenos tenistas, no se puede pedir más. Con León XIV se abre una nueva etapa de esperanza para la humanidad, está dispuesto a compartir con todos el camino que nos lleve a la paz, la fraternidad y la igualdad, estará al lado de los pobres, pero sabrá dialogar con los ricos y poderosos en aras de construir un mundo nuevo, mejor para todos. Que así sea.

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