Opinión
¿A la centralidad polarizando?
El PP ha conseguido movilizar a varias decenas de miles de personas en la manifestación celebrada en Madrid y convocada como consecuencia de las filtraciones del caso Leire Díez, la militante socialista —ahora exmilitante— que estaría ofreciendo a empresarios investigados tratos de favor con la fiscalía si proporcionaban información que sirviese para desacreditar al jefe de la UCO encargado de investigar los presuntos casos de corrupción que afectan al PSOE y a la familia de Pedro Sánchez. Teniendo en cuenta que más allá de pedir explicaciones a Díez —que solicitó la baja voluntaria del partido— y de desmarcarse de la supuesta trama —que el PSOE no ha hecho nada para aclarar mientras el presidente del Gobierno sigue guardando el más absoluto silencio al respecto—, resulta del todo pertinente que el PP, al igual que han hecho otros partidos, pida explicaciones y exija una comparecencia parlamentaria de Sánchez y es legítimo que convoque una manifestación de protesta ante los supuestos abusos de poder. Cabría, no obstante, pedirle coherencia y que del mismo modo que da credibilidad a esa trama, se tomase en serio otros asuntos de similar naturaleza que afectan a su partido, aunque sea en fases previas.
Ahora bien, que en una manifestación que se convoca con un lema tan maniqueo, polarizador y tan poco creíble en boca del PP como el de «Mafia o democracia», resulta bastante contradictorio que su líder, Alberto Núñez Feijóo, haya afirmado «nadie me va mover de la centralidad», recordando que fue gracias a la centralidad que él obtuvo cuatro mayorías absolutas en Galicia. Y efectivamente, Feijóo no se equivoca. Las elecciones y las mayorías se siguen jugando en el centro, que es la posición ideológica donde se continúa posicionando la mayor parte de ciudadanos tal y como siguen mostrando de manera reiterada los barómetros mensuales del CIS. Pero apelar al centro implica moderación, búsqueda de consensos y voluntad de acuerdos, y eso es algo que no resulta compatible con un lenguaje polarizador.
Se podrá argumentar que es culpa de los imperativos de las comunicación política moderna, pero a un partido que aspira a la centralidad hay que exigirle un lenguaje y unas formas con las que se puedan sentir identificados muchos ciudadanos, que no divida, que no ofenda, que no insulte. En definitiva, que no polarice. Porque los partidos, en gran medida, son los grandes responsables del crecimiento de la polarización afectiva entre los ciudadanos, ese fenómeno que impregna cada vez más a las sociedades modernas y que consiste en el desarrollo de actitudes muy positivas hacia el propio grupo y muy negativas hacia los otros, unas actitudes que basan principalmente en las emociones y no en la evidencia empírica. Apelar a la centralidad ha de ir acompañado de huir de esa lógica polarizadora que contamina la vida política en vez de promoverla porque, a la larga, la polarización solo satisface a las minorías radicalizadas y genera impotencia y desafección en el resto, que son la mayoría.
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