«Eau de Leire»

La fragancia de moda en el país de los tufos se llama «Eau de Leire» y huele que apesta. La usan políticos que se rocían las solapas con ese hedor nauseabundo con la intención de tapar sus propias pestilencias. Unos compran frascos de esa esencia en el almacén de Aldama y otros los adquieren en el ultramarinos de Pérez Dolset.

La manera más eficiente de esconder las vergüenzas que acorralan al círculo más íntimo del presidente del Gobierno es levantar la tapa de las alcantarillas para que desde el subsuelo emanen efluvios hediondos que ayuden a convertir al denunciante en denunciado. Desenterrar los viejos cadáveres que escondió bajo las alfombras el comisario Villarejo y airearlos en digitales y platós para sembrar dudas sobre la honestidad de policías, guardias civiles, jueces y periodistas. Unas gotas de «Eau de Leire» excitan la tufarada. La estrategia no es nada enrevesada, sino bien sencilla. Todos recurren a las cloacas para recaudar la cantidad suficiente de detritus con la intención de lanzarla a paladas sobre el enemigo, utilizando mentiras bien fabricadas o manipulando medias verdades con el ánimo de confundir a la audiencia, que acaba por no saber discernir quiénes son los buenos y quiénes los malos; si asoman por el horizonte lobos que cubren su lomo con vellocino de res ovina o son los corderos los que esconden afilados colmillos bajo el labio belfo.

Al final, el ciudadano confundido responde con el hastío al bombardeo de estiércol. Se desentiende y discurre que «todos son iguales».

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