Opinión
Trump contra la rana Gustavo
No es difícil entender por qué Donald Trump ha elegido como enemigos a Coco, que nos enseña la diferencia entre «aquí» y «allí», a Triki, que hace veinte años moderó su consumo de galletas en una dieta más saludable, o a la Rana Gustavo, que nos cantó, en uno de los temas más emocionantes de la historia de la música, que «no es fácil ser verde».
Ese tipo de color naranja lleva tiempo obsesionado con la destrucción de Barrio Sésamo y la aniquilación de criaturas de felpa de todos los colores, del mismo modo que pretende silenciar toda disidencia de la idea de americano blanco y sano. Y es normal, porque él defiende una dieta de Coca-cola y hamburguesas, porque desprecia a las minorías y deporta a los inmigrantes, porque su discurso desafía la idea de la verdad, hasta el punto que podría decir que aquí es allí y allí es aquí. De ahí que acuse a los teleñecos de peste woke, de radicales de izquierdas, y por eso emitió una orden ejecutiva para recortar los fondos de PBS, la televisión pública que los creó. La inquina viene de lejos. A finales de los ochenta, Barrio Sésamo convirtió a Trump en una marioneta, de nombre Donald Grump y con un peinado delirante, que pretendía acabar con la calle de los teleñecos para levantar la Grump Tower, una enorme torre de botes de basura.
Barrio Sésamo se había creado en 1969 para reducir la brecha racial y de clase. Grandes partes de la población tardaban en escolarizar a sus hijos o no podían permitirse las guarderías, así que se decidió impulsar un programa educativo que les enseñara las nociones más básicas: el número cinco, qué es arriba y qué abajo, y que nadie es menos importante por su color, su acento o su tamaño. Trump y el resto de peleles de la extrema derecha (también los de nuestro país) basan toda su agenda en cabecear consensos tan mínimos como esos. Y hemos llegado a ese punto en el que uno tiene que defender, en un mundo dominado por adultos varados en la fase anal, las ideas más infantiles. Los teleñecos han sido el termómetro moral de cada época: introdujeron personajes latinos o afroamericanos cuando estos no aparecían en pantalla, hablaron de dieta saludable y cambio climático, concienciaron del autismo o la adicción a las drogas, mostraron a una pareja de gays en un piso, hicieron especiales sobre el racismo ante el asesinato de George Floyd.
Los mitos clásicos ya nos hablaban de cómo Prometeo en realidad habría creado también figuritas humanas color violeta o azul cobalto, pero que Zeus, patoso y soberbio, se las cargó sin querer, por lo que al final somos los que somos. Pero a nosotros nos lo explicó la Rana Gustavo, en esa canción, Bein’ Green, en la que nos dice que no es fácil ser verde, del color de las hojas, de las cosas más ordinarias, y lamenta que cualquiera lo pueda pisotear por confundirlo con la hierba, pero en la tercera estrofa cae en la cuenta que el verde es el color de la primavera, de los enormes océanos y de los altísimos árboles. Mejor, dónde iremos a parar, ser verde que naranja. Defender a Gustavo ante Trump es elemental pero, por desgracia, urgente.
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