Opinión | Viento fresco
Aventura en el gimnasio
El otro día fui a apuntarme a un gimnasio. En el mostrador para inscribirme, una señora muy amable me informó: esto no es un gimnasio, nosotros ofrecemos un estilo de vida. Pensé entonces que me había equivocado, ah disculpe, yo es que venía a hacer abdominales y algo de pesas, los bíceps, sabe usted, que se van poniendo fofos con la edad.
Entonces, la señora amable me sacó un folleto de papel caro y satinado con ilustraciones muy cuidadas. Creí que iba a sacarme un formulario para la inscripción, le dije. Sonrió dejando ver una sonrisa entrenada, no sé si en este gimnasio o en otro lugar. Una buena sonrisa también es un estilo. También se entrena. La sonrisa abre muchas puertas, incluso sin ser una llave. Yo le digo mucho a mi hijo que sonría, que la sonrisa destensa situaciones y crea lazos y te hace más atractivo y simpático. En estos pensamientos, y sin sonreír, estaba cuando mi interlocutora añadió: ¿usted valora el espacio? Le contesté: y el tiempo.
Al parecer, las máquinas para ejercitarse guardan bastante distancia unas de otras. No sé si es para impedir el ligoteo, para fomentar el vocerío o, en efecto, para que no le des con la mancuerna al que está al lado haciendo remo.
Pues muy bien, acerté a decir. Tengo que entrenar más las respuestas.
Los gimnasios no son ya lo que eran, si es que alguna vez supe qué eran. Ahora se llevan amplios y lujosos y con servicios integrales, zona de coworking, cafetería, zumería, club social. Hasta te lavan la ropa si quieres: la dejas al terminar de entrenar y ellos la lavan y planchan y te la encuentras al día siguiente, al día siguiente que vayas, en tu taquilla. Son los gimnasios, vip, leo en la revista Icon. Gimnasios en los que tienes que tener el aval de algunos miembros para que te acepten. Antes, el aval para entrar en un gimnasio era tener panza. Ahora es tener buenas relaciones. Antes decías me voy al gimnasio y volvías a la hora y pico sudoroso. Ahora te vas y a lo mejor echas el día, que si un café, que si un negocio, que si media hora andando para ir de una sala a otra, que si masaje y que si charleta con el consejero delegado de alguna empresa, que también se cuidan y echan panza si no van al gimnasio.
Finalmente perdí la mañana, cuando yo lo que quería era perder peso. Me fui con el folleto, que pesaba lo suyo. Tal vez a fuerza de cargarlo ejercitara algo un bíceps e incluso un tríceps. Ahora estoy meditando sobre mi estilo de vida. Y si quiero cambiarlo. Lo hago repatingado en el sofá, claro. Con estilo.
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