Opinión
La declaración de amor definitiva
No hay declaración de amor más dura que la declaración de la renta: uno escarba en su desgaste, confiesa sus gastos, orea sus ingresos y desvela sus secretos para pedir que lo acepten. En ocasiones, recibe un asentimiento gélido; en otras, encaja una reprimenda.
Durante días, el autónomo revisa su álbum de souvenirs de vivencias: es decir, la caja de tickets y el historial bancario. Se fustiga por todos esos taxis que tomó alegremente, por el dispendio en libros que apenas pueden entrar en una casa atiborrada de papel, se justifica con los gastos de la paternidad y se cisca en el precio de la vivienda. Ni diarios personales ni listas de nochevieja ni novelas de autoficción: la verdad desnuda de tu año está en esa declaración. No hay poema más sincero.
Al menos, a mí no me ha sucedido lo que a Heather Schwedel. La columnista de Slate descubrió, intentando enviar sus impuestos, algo más perturbador. Había decidido hacerlo ella misma, tras una vida laboral en que había delegado la tarea en un gestor. Pero la Seguridad Social rechazaba sus cartas. Llamó por teléfono y le dijeron que mentía en su fecha de nacimiento. Ella preguntó si le podían decir qué día había nacido exactamente. Le contestaron que solo podían darle esa información presencialmente.
Dudó, entonces, de su identidad: ¿le habían mentido sus padres?, ¿dejaría de mandarle Sephora un regalito por su cumple? Cuando leía la columna, mientras rellenaba mis gastos, me acordaba de dos historias. La primera la contaba Mark Twain: decía que cuando era un bebé solían meterlo con su hermano gemelo en la bañera. Su madre les ponía pulseras de hilo, cada una de un color, para diferenciarlos. En el chapoteo, se les desanudaron. Su hermano murió ahogado. Así que se pasó toda su vida sin saber a ciencia cierta si él era él o era su hermano.
La otra, menos espectacular pero más verosímil, es mía. Por lo visto nací de madrugada (eso explicaría mi tendencia juvenil al alterne). Cuando mi padre fue a registrarme, el operario pensó que se confundía de fecha por la emoción, así que me adjudicó el día siguiente. Mi madre logró hacer el papeleo cuando yo era preadolescente para enmendar el error.
Schwedel se enfrentaba a algo parecido, pero ya en su etapa treintañera. Fue a la Seguridad Social y allí se lo confirmaron: estaba registrada un mes después del día que había nacido. Entró en la oficina con un cumple y salió con otro, del mismo modo que un calvo va a Turquía pelado y vuelve con tupé.
Pero ahí queda la duda, claro. ¿Soy yo el que he tomado todos esos taxis? Denunciando los abusos de Amazon, ¿soy yo quien compró todo ese material en la plataforma? Es casi obsceno todo ese reguero económico en agua, en la comunidad de vecinos, en ese trocito de parking, en vivir. Anteayer estaba jugando con el Halcón Milenario y ayer me prestaban por primera vez La conjura de los necios en el insti: ¿de verdad que soy tan mayor como pone mi fecha de nacimiento? ¿Tanto como generar tantísimo compost adulto? Estoy tentado de enviar un poema con la hoja de gastos.
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