Opinión | Mujeres

La ira de Greta

Israel interceptó la pasada semana a uno de los barcos de la Flotilla de la Libertad, el Madleen, cuando navegaba hacia la Franja de Gaza con un pequeño cargamento de arroz, harina, leche para bebés y pañales. En la madrugada del lunes, cuando empezaba a acercarse a la costa gazatí, a unos 300 kilómetros, fue tomado al asalto por las tropas israelíes y remolcado a Asdod, al sur de Tel Aviv. Los 12 activistas que viajaban en él, entre ellos Greta Thunberg —también el español Sergio Toribio—, fueron detenidos y, la mayoría de ellos, enviados de vuelta a sus países.

La aventura del Madleen estaba condenada al fracaso, pero el gesto, disparatado e inútil, no deja de ser noble.

Greta Thunberg era una niña cuando se le despertó el instinto justiciero. Cuentan que tenía ocho años cuando oyó hablar por primera vez del cambio climático y de lo que podría sobrevenir con él. Suecia, su país, acababa de pasar por varios episodios de calor extremo y había tenido que afrontar varios graves incendios. Greta entró en pánico. Se le diagnosticó síndrome de Asperger y pasó por una severa depresión. Sus detractores no han reparado en utilizar su condición mental para desprestigiarla. Ella sostiene que, más que estorbarle, le ha ayudado a sostener sus convicciones.

«La aventura del ‘Madleen’ estaba condenada al fracaso, pero el gesto, disparatado e inútil, no deja de ser noble»

La conocimos con aquellas huelgas escolares por el clima y sus «Fridays for Future», los viernes por el futuro; la vimos argumentar, gesticular y llorar, desconsoladamente, ante los tipos más poderosos del mundo. No logró gran cosa, quizás. Ahora con 22 años, eterna adolescente en su irreductible determinación de cambiar el mundo, extraña en su seriedad exageradamente adulta, Greta extiende su activismo a causas humanitarias más urgentes, como es la de paliar el hambre en Gaza.

Unas horas después del asalto al Madleen, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, le afeaba su conducta y le recomendaba que se buscara algún curso para aprender a controlar y reconducir su ira. Un día después, un misil israelí impactaba en la oficina de Médicos del Mundo en Gaza y mataba a ocho personas, cinco de ellas eran niños. En las colas del hambre, durante el reparto de alimentos a los civiles palestinos, se estimaba, a principios de esta semana, que habían caído ya, bajo los disparos del ejército israelí, más de 160 personas —a estas alturas, muy probablemente sean más—.

Ahora decidan. Entre los gestos iracundos de Greta, ingenuos e irritantes, y la mortífera ira desatada contra los civiles gazaties, entre la justicia y la venganza, entre la compasión y la furia. Decidan.

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