Opinión
Hablar de mujeres como quien elige una pizza
No quería escribir sobre el asco que me provocan los audios entre José Luis Ábalos, Koldo García y Santos Cerdán. Esa manera de repartirse las mordidas, ese lenguaje burdo y chulesco, esa forma de ser caradura y ladrón porque yo lo valgo». No quería escribir sobre el hartazgo, descrédito y decepción, otra más, de nuestra clase política. Esa sensación de desamparo y orfandad. Que te tomen el pelo duele, pero que te tome el pelo un partido que se vanagloria y presume de no hacerlo, duele doblemente. Que no me hablen de ética, ni de bien común, ni de avanzar en derechos sociales. Es muy difícil creer en ellos. No nos merecemos esto. Nuestro país, nuestro presente y nuestro futuro no merecen tanta mediocridad.
No quería escribir sobre la rabia que sentí al escuchar a Pedro Sánchez durante su rendición de cuentas. Un presidente que parecía hablarse a sí mismo frente un espejo. Yo, yo, yo y más yo. Qué tristeza verle tan alejado de la vida real y de lo que preocupa a la ciudadanía. No, Pedro, a nadie le preocupó que fueran las cinco de la tarde y no hubieses comido. No, Pedro, una buena defensa no es siempre un buen ataque a la oposición. Entre otras cosas, nos preocupa que no te hayas enterado de que tus dos secretarios generales han mangoneado todo lo que han querido. O, lo que es igualmente malo, que te hayas enterado y que hayas hecho la vista gorda. Nos preocupa que no dijeses nada relevante, nada profundo, nada de autocrítica, nada de asumir responsabilidades.
Toda la historia es patética y no quería escribir sobre ella (porque no quiero dar rienda suelta al cortisol), pero, sobre todo y por encima de todas las cosas, no quería escribir sobre la manera en la que esos políticos se refieren a las mujeres. Hablan de ellas como hablo yo con mis amigas cuando quedamos en una pizzería. «Pídete una mediana de mortadela que está que te cagas» o «O pídete dos», «Tía, vas a flipar con la de jamón y queso». Ellos, que se vanaglorian de sus 8M, de tener una agenda con la igualdad entre sus primeros objetivos y que fardan de los avances logrados en materia de derechos de las mujeres, nos tratan como si fuésemos bienes de consumo de usar y tirar. Qué miserias. Qué falta de elegancia y de respeto.
En realidad, iba a escribir sobre la familia que iba en un coche de hace más de quince años y que llevaba un ventilador verde lechuga en el salpicadero. Fue hace unos días, en plena ola de calor y conduje unos cuarenta kilómetros delante de ellos. Observé cómo ella se giraba para reprender a sus hijos pequeños y cómo él se secaba el sudor con un pañuelo color blanco. Quería hablar sobre esos pequeños detalles que delatan que pertenecemos a clases sociales que pasamos todo el año ahorrando para disfrutar de unas vacaciones refrescadas con ventiladores rústicos y que vamos a la playa con neveritas y sombrillas cargadas a nuestras espaldas. Con bocadillos envueltos en servilletas, bolsas de patatilla y latas de aceitunas rellenas. Esa clase de personas a quien Pedro Sánchez y todo su partido ha echado un cubo de agua fría para decepcionar una vez más.
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