Opinión | Shikamoo, construir en positivo

Feliz verano, desde un pasillo silencioso

Una vez más, llegó la magia. El 21 de junio se ha plantado entre nosotros y, como siempre, no ha venido para quedarse. Será efímero, aunque es bien cierto que nos regalará más horas de luz que cualquier otro de sus trescientos sesenta y cuatro compañeros. El sol habrá lucido en este día desde las 6.53 de la mañana hasta las 22.18 de la noche en la ciudad, habiéndose elevado más que cualquier otro día del año sobre el horizonte. Y aquí precisamente radica la etimología de tal acontecimiento. Y es que el Solsticio de Verano viene de algo parecido al «sol quieto» en latín, ya que parece que el mismo está más inmóvil en el cielo.

Esta mágica jornada, que tiene su inmediato corolario en el muy cercano San Xoán y su inseparable culto al fuego —al del Sol, precisamente— tiene también su noche. Pero esta, por ser la más corta del año con las de estos días, se nos antojará mucho más soportable, una vez que la negrura dará paso enseguida de nuevo al alba... Sí, el 21 de junio llegó, y con él el cartel de «aquí hay verano», una estación que comienza oficialmente a las 4.42 de la hora peninsular, según el Instituto Geográfico Nacional, y que seguirá acompañándonos hasta que un nuevo otoño se presente para vivir un tiempo entre nosotros...

Ya les conté muchas veces que, para mí, el 21 de junio es un día que me sabe a celebración, a alegría y a... «juanitas». Sí, a esas únicas rodajas de bizcocho con crema y una fina línea de canela que alguna de aquellas pastelerías de siempre preparaban de forma magistral. Un día de juntarse en familia por el curso terminado, celebrando las buenas notas, en compañía, la llegada del nuevo ciclo estacional y el San Luis, no en vano éramos tres de ellos en la familia. Era el día en que la luz entraba a raudales en el ático del corazón de la Ciudad Vieja y mi tía Chuchita —Luisa—, papá —Luis— y yo mismo éramos los homenajeados... Son recuerdos de los que se quedan grabados indelebles... Ya saben, si es que atesoran más de dos o tres décadas...

Ayer mismo, día en que escribí estas líneas, volvió a llegar el fin de curso, y muchos niños, niñas y jóvenes se despidieron de las aulas hasta el nuevo año escolar. O, quizá, de una forma más definitiva en su actual centro, para comenzar una nueva etapa. Muchos años han pasado desde que yo mismo llegaba a ese fin de curso como alumno, pero sigo sintiendo la misma sensación paseando por los pasillos del instituto una vez que el mismo se ha vaciado. Lo noto como un gigantesco caparazón o cascarón vacío, al que ya le falta el alma. Un armazón sin aliento, que solamente volverá a ser el mismo cuando, en septiembre, se vuelvan a abrir sus puertas a un nuevo reto de conocimiento, aprendizaje, socialización y convivencia. Mientras, permanecerá latente todo lo vivido, difícilmente imborrable. Y, en cambio, las playas y los ríos, mil campamentos y destinos de lo más variopinto recibirán a los que hasta hoy fueron sus habitantes...

Yo volveré a soltar amarras, amigos y amigas, y me adentraré en un nuevo océano. Atrás queda lo que fue aquel presente, hoy tornado en canícula. Ya llegará un hipotético futuro... Y, mientras tanto, feliz verano, queridos y queridas. Feliz verano, amigos y amigas. Y se lo digo incluso yo, que ya saben que prefiero el otoño, luego la primavera, después el invierno y, finalmente, el verano. Pero eso no quiere decir que, a pesar del calor y del agobio humano en estas fechas en los destinos de costa, estos días no tengan también su enjundia y su disfrute. Feliz verano, sean ustedes más del estío o de cualquier otra estación. Ojalá que este tiempo que se abre ahora nos permita avanzar en sosiego y paz, en lo micro, en lo macro y en todas las esferas, que falta hace en estos tiempos convulsos, donde la estrategia socava la relación entre las personas y los pueblos. Y que estos días revueltos de final de la primavera se tornen fructíferos y llenos de esperanza en un futuro mejor para todas y todos...

Feliz Solsticio de Verano 2025.

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