Opinión

La deconstrucción del Estado

«Algo huele a podrido en Dinamarca», en este caso en España. La corrupción, decadencia o descomposición moral de algunos se extiende cual la carcoma por los Gobiernos central, autonómicos, provinciales y municipales, y afectan al Estado en su conjunto, a la calidad democrática, a la estabilidad y al bienestar ciudadano. Una minoría abusa de los principios básicos de convivencia, respeto y Justicia, y ahoga a la mayoría.

La impunidad de algunos, su capacidad de utilizar los resortes del poder en beneficio propio, erosionan lo que tanto esfuerzo nos ha costado a todos los españoles desde aquella Transición ejemplar, de «la Ley a la Ley», que supuso el suicidio del régimen precedente, para otorgarnos una Constitución, una norma fundamental que rige el ordenamiento jurídico y político de España desde 1978, y establece los principios y valores que fundamentan la democracia. Un marco convivencial que es de todos y que nos dimos entre todos para asegurar un Estado de Derecho, que garantiza sobre el papel la separación de poderes y las libertades fundamentales. No han podido con él siquiera un golpe de Estado ni siquiera ETA y en él, aun con evidentes fallas, hemos alcanzado un país de vanguardia, moderno y competitivo.

Cuando solo faltan tres años para el centenario de la entrada en vigor de aquella norma suprema, lo que se producirá el día 29 de diciembre de 2029, y tras pequeñas y puntuales modificaciones, podemos decir que la vigencia de un texto equilibrado, nos ha permitido crecer en libertad, igualdad y, con seguridad, completar también la legítima aspiración de lograr un cierta fraternidad, desde el respeto a las diferencias —incluso las territoriales o culturales—, en la discrepancia, en los matices sí y, por contra, hallando luces entre tantas nieblas.

Conocemos nuestros Derechos y estamos a tiempo de revisar nuestros deberes. Lo están los partidos políticos —sobre todo Ferraz y Génova—, cuyas salas de máquinas se han visto salpicadas por la grasa macilenta del ansia del poder por el poder, del quítate tú para ponerme yo, sin atender a la necesidad de abrir ventanas, de airear ambientes y de ser transparentes. Y esto atañe a todos sin excepción.

En el haber de los partidos hay muchos logros, pero en su debe permanecen los ajustes precisos en la Ley Electoral —que asegure la exclusión de los que no acatan las normas democráticas, las listas abiertas, las segundas vueltas, etc.—; una la Ley de Financiación, absolutamente clara, de las formaciones ideológicas; la libertad de los medios de información públicos —a la confianza en los profesionales—; etc.

Pese a lo dicho, hemos de reconocer que vivimos en el mejor país del mundo, en un marco de insuficiencias, debilidades y errores, pero cuyo modelo de vida quieren replicar los ciudadanos de todo el orbe —de ahí el éxito del destino turístico peninsular—. Nos falta revisar en profundidad aquellos aspectos que permitirían avanzar, en un momento muy confuso, que nos concedan progresar en ámbitos ideológicos, económicos, sociales, educativos, culturales... Para ello tenemos que hacer autocrítica, definir responsabilidades, dejar libertad a jueces, policías, periodistas y por supuesto a los ciudadanos, centrando objetivos y evitando extremosidades, alcanzando consensos.

Más que posible, otra Transición, con espíritu de acuerdo, concierto, convenio, pacto, avenencia en lo fundamental, es imprescindible. Hemos de conseguir que gobiernen los mejores, los honrados, los dispuestos a servir a España y que paguen los corruptos por sus males con todos su bienes. No parece haber otro camino que más democracia, aun con sus baches e imperfecciones, Shakespeare ya lo sabía, por eso nos explicó cómo la política descubre todas las miserias, debilidades, grandezas y complejidades de los seres humanos.

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