Opinión
Una crisis abierta
Los dirigentes, afiliados y votantes del PSOE se muestran estupefactos ante las noticias recibidas de las andanzas de Ábalos y Cerdán, mandamases del partido. Su estupor es un dato para el análisis. Resulta sorprendente que los pillaran desprevenidos. La historia política de nuestro país registra con una frecuencia bastante regular deleznables tramas de corrupción y corruptelas personalizadas de menor cuantía. Estos días han sido recordados los casos que han tenido mayor impacto en el período democrático actual, algunos con aire grotesco, asociados al lucro personal y a la financiación ilegal de los partidos. Dichos episodios han sido señalados como una debilidad recurrente de nuestra democracia.
En sus recientes comparecencias, Pedro Sánchez ha elogiado la lucha del Gobierno y de su partido contra la corrupción, resaltando los avances de España en comparación con otros países. No citó la fuente en la que se basaba para hacer tal afirmación, pero lo cierto es que nuestra posición en el Índice de Percepción de la Corrupción, el más reputado, no ha mejorado desde el año 2018 y en el último año ha empeorado. Con 56 puntos sobre 100, ocupamos el puesto 46, entre 180 países de todo el mundo, y el 16 entre los 27 de la Unión Europea, alejados de los punteros del norte y muy por debajo del que se nos reconoce en el ranking económico y el de la democracia. Transparencia Internacional, además, constata en sus informes que en este aspecto apenas ha habido mejoras. Las medidas adoptadas son insuficientes, se aplican con escaso rigor y surten efectos aislados y demorados en el tiempo. En resumen, la corrupción sigue siendo una asignatura pendiente de esta democracia, debido en parte a la ineficacia de los mecanismos de control. Algo ha vuelto a fallar en el PSOE y en el Gobierno, y los dirigentes socialistas harían bien en averiguarlo y actuar en consecuencia. No deja de llamar la atención que sean ellos, que han estado al lado de los presuntos corruptos, los que más se escandalizan, mientras la mayoría de los ciudadanos parecen resignados a sobrellevar el enfado en silencio.
Los españoles digieren como pueden las noticias que reciben en directo cada jornada. La situación es límite. La política nacional está bloqueada. Únicamente se aprecian movimientos tácticos alrededor del jefe del Ejecutivo y en los partidos. El Gobierno, sin presupuestos, acumula una cifra récord de derrotas parlamentarias, por encima del centenar, y no habla por miedo a que nuevas revelaciones lo pongan en evidencia, como le ha ocurrido con la defensa que hizo de la honestidad de Cerdán. En un gesto de impotencia, la ministra portavoz ha confesado con extrema parquedad que no sabe nada de lo que está por venir. Las inspecciones de la UCO comprometen ya no solo al PSOE, sino también al Gobierno. Yolanda Díaz y otros dirigentes de Sumar han declarado que la confianza en su socio de coalición está rota y los aliados parlamentarios evitan concederle un apoyo explícito. Al contrario, no han tenido reparo alguno en proclamar que se les presenta una ocasión muy propicia para sus intereses y que tratarán de aprovecharla al máximo. En estas condiciones, nadie se atreve a pronosticar cómo podría llegar la legislatura a su final si, por no encontrar una salida, se prolonga hasta 2027.
La política española tiene una crisis abierta, más profunda, y lo primero es cerrarla cuanto antes. Esta es la cuestión prioritaria y urgente. Todo lo demás es secundario en este momento. Conviene no desviar la atención. La actitud retadora que mostró Pedro Sánchez tras verse reforzado por la ejecutiva de su partido no es la forma adecuada de ofrecer una explicación sincera y asumir su responsabilidad, complica la solución y alarga y agrava la crisis. La apelación a impedir como sea un gobierno del PP es de dudoso carácter democrático. En sentido contrario, se podría considerar, incluso por aquellos que no son votantes habituales del partido de Feijóo y están en desacuerdo con las políticas que propone, que la promover la alternancia sería lo mejor, pensando en la salud de nuestra democracia. Pedro Sánchez mantiene cerradas las vías de la dimisión, la cuestión de confianza y las elecciones anticipadas. Los nacionalistas catalanes, que se llenaban la boca con reproches de falta de democracia al estado español y la petición de urnas, ni las reclaman ni respaldan lealmente al Gobierno. Solo hay dos opciones disponibles que escapan a la decisión personal del presidente: una moción de censura y la apertura de un proceso para su revocación como secretario general del PSOE por una mayoría del comité federal. Hoy se antojan improbables las dos salidas. La crisis permanecerá abierta y dilatada. Hemos de estar preparados para soportar la situación. Lo que está claro es que la crisis se centra cada vez más en el destino de Pedro Sánchez.
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