Opinión | Un minuto
Lejos de las hogueras
En festejos como la noche de san Juan no me verán en la playa ni en lugares donde ardan hogueras. Todavía siento repulsión al fuego porque me quemé en 1964 en la pira que se formó con la falla quemada en un colegio mayor madrileño.
Era una falla enorme, compuesta por la reproducción de 3 cajetillas de cigarrillos, —llegaba de USA la moda de incluir el mensaje el tabaco mata— cada una de 1,50 de alto, rematadas las tres por un féretro con una corona de flores.
Después de arder todo, amontonamos las brasas en una hoguera, y empezamos a saltarla. ¡Y zas! Choqué con otro que se lanzó a saltarla en sentido contrario cayendo yo de espaldas en medio de enorme brasero.
Total, que me chamusqué lo justo para poder ahora contarlo tras pasarme casi 20 días en la clínica Nuestra Señora de Loreto, al final de Reina Victoria, muy cerca del lugar donde tuvo lugar mi aventura.
Claro que te das cuenta de que te quemas, pero rápidamente pierdes el sentido, pues no recuerdo cómo me trasladaron, si en coche o en volandas, al hospital. Sí recuerdo el grito del médico al ver que aún tenía los pantalones puestos porque al quitármelos me arrancaron la piel. Pero aquí estoy, vivito y coleando, para manifestar que no me busquen cerca de las hogueras.
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