Opinión

Queremos más corruptores

Cuando hablamos de corrupción es una pena que pensemos tanto en los corrompidos y tan poquito en los corruptores.

Es una lástima, digo, porque eso es como no fijarse en los villanos de cualquier tebeo o novela, que suelen ser más interesantes que los héroes y sus dilemas.

El corrompido suele ser un tipo cegado no solo por la sed de gloria, sino por la estrechísima noción de éxito que maneja: es decir, el cretino que piensa que será alguien si tiene más dinero y más rápido. En esta categoría entran seres atolondrados, que optan por el embarque preferente de la maniobra cutre, dominados a menudo por pulsiones sexuales y del lujo entendido como estucado de la vida.

Los corrompidos son los que se hacían los milhombres pagando en un reservado, manteniendo una cumbre por el clima en un club de alterne, diciendo por wasap que disponen de un yate o soltando sintagmas como «te lo miro, máquina» o «déjame que le dé una vuelta, cielo». Son ellos, cuando se descubre el pastel, los que pasan del reservado al talego, de la limusina al chándal de presidiario, y, también, los que ocupan las portadas de periódico y las horas de la radio. Han tocado un sucedáneo de poder y lo han perdido.

El poder real, sin embargo, no suele protagonizar esas portadas. Son personajes menos atolondrados, porque ya tienen el dinero. Mantienen el sistema y no piden permiso ni tampoco perdón. Cuando todo se descubre, se quedan en segundo plano hablando en la intimidad sobre los corrompidos como hablamos de nuestro tío alcohólico o nuestra tía la lunática. Su nombre no se nombra, como el de Voldemort o como el del dios de los judíos.

Y, sin embargo, me encantaría que los corruptores salieran más en la novela de los debates parlamentarios y la prensa. Tomemos a un novelista que habló mucho y bien de la corrupción. En El pobre Goriot, Balzac borda a un tipo llamado Vautrin, que tienta a un estudiante con hambre de gloria: «París, ¿sabe? Es como un bosque del Nuevo Mundo, donde bullen mil variedades de pueblos salvajes, los illinis, los hurones, que viven del producto de las diversas clases sociales; usted es un cazador de millones». ¡Qué piquito de oro! Y luego le dice: «Hay varias formas de cazar. Hay quienes cazan dotes; otros cazan liquidaciones; estos pescan conciencias, aquellos venden a sus abonados». Es más, lo previene de no pelearse con sus principios: «Tenga tan poco apego a sus opiniones como a sus palabras. Cuando se las pidan, véndalas». Por último, le suelta que no tenga remilgos. Lo remata con una frase gloriosa, que luego usó Puzo para encabezar El padrino: «El secreto de las grandes fortunas es un crimen olvidado porque se hizo con limpieza».

Tenemos a estos conseguidores con formas de tebeo de Bruguera escrito por Berlanga. Es entretenido ver hasta qué punto los mediocres se abren paso dejando un reguero cómico. ¿Pero no sería más interesante descubrir, y hablar largo y tendido, por salud democrática y por calidad narrativa, de los que les dieron el dinero y les pidieron algo (algo nuestro) a cambio? Por favor, más villanos y corruptores como protagonistas de novelas, debates parlamentarios, columnas, tebeos y juicios.

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