Opinión | El trasluz

Malos tiempos para la devoción

El hecho de que Bezos haya alquilado Venecia para celebrar un bodorrio devalúa a Venecia. Hay gente que tiene el superpoder de joderlo todo. Si este hombre alquilara el Museo del Prado para disfrutar a solas de Las Meninas, yo sólo volvería a ver este cuadro en fotos. ¿Puede alguien estropear una obra maestra con solo acercarse a ella? Sí. Tendrán que pasar meses, años quizá, para que la ciudad italiana se recupere de la radioactividad emitida por el dueño de Amazon. Venecia se hunde en el mar por el cambio climático y se descompone interiormente por la actividad bacteriana del turismo idiota.

Venecia, para los multimillonarios narcisistas, no pasa de ser una chuche. Se la compran como el que se compra un Chupachups. Lo malo es que, de algún modo misterioso, a base de babearla, logran convertirla en eso. Los lugares sagrados deberían de estar a salvo de ciertas formas de barbarie. En la sala del Louvre donde se expone La Gioconda, por ejemplo, habría que prohibir los móviles. Uno no saca una foto de la hostia antes de que el sacerdote se la deposite en la lengua. Algunos cantantes, en sus conciertos, solicitan al público que durante una de sus canciones la gente se metan los teléfonos donde les quepan (lo dicen de otro modo, claro) para que sea posible recuperar una comunión auténtica entre el artista y el espectador.

Nadie lee a Cervantes ni a Shakespeare al tiempo de fotografiarlos. Quien dice Cervantes o Shakespeare dice Patricia Highsmith o Frederick Forsyth. La gente entra en los libros con el respeto con el que se entra en una iglesia o en una sala de cine. Por eso da gusto visitar en estos lugares, porque uno se encuentra momentáneamente a salvo de la barbarie. Lo importante de las dos horas que dura la película es que uno está a solas consigo mismo. Eso no significa que deje de prestar atención al filme, sino que se la presta con la devoción debida. Aunque el cine se encuentre lleno, uno está solo, y de eso se trata: aunque rodeado de gente, cuando uno viaja a Venecia, la recorre solo. O la recorría solo hasta que Bezos y sus cientos o miles de invitados decidieron invadirla groseramente, a golpe de dólares, para transformarla en una gominola. Malos tiempos para la lírica.

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