Opinión | Mujeres

Una vida poco normal

«Soy una mujer de carne y hueso, normal; bueno, normal no soy». Bien lo sabía y lo contaba María Antonia Abad Fernández, que, habiendo nacido en Campo de Criptana, en el corazón de la Mancha y en una familia de agricultores, habiéndose criado en Orihuela, en Alicante, adonde la familia se mudó en busca de un clima más benigno con la mala salud del padre, continuó sus correrías por Hollywood, compartiendo pantalla con Cary Grant y con Burt Lancaster; flirteando con Marlon Brando y con James Dean y casada, no una vez sino dos —la primera in articulo mortis—, con Anthony Mann.

María Antonia Abad Fernández dejó de ser una mujer normal cuando se convirtió en Sara Montiel. Luego, sublimado el personaje, llegaría a ser Saritísima y ahora Valeria Vargas la presenta al mundo como Super Sara. La periodista le ha dedicado una serie documental, ya estrenada en HBO Max, y ha añadido una coletilla al título, que deja ver por dónde van los tiros: «La mujer que hizo todo antes que tú».

La biografía de Sara Montiel tiene poco de normal. Ella fue de las primeras en muchas cosas, inimaginables en el tiempo y la España de los años 40 y 50. Fue una de las primeras españolas en pisar Hollywood, para empezar. Antes que ella hubo alguna otra, pero no alcanzó, ni de lejos, tanta fama. Fue de las primeras en divorciarse, cuando en España estaba prohibidísimo. Fue de las primeras en romper las barreras de la edad: fue madre a los 50 años, a los 60 y los 70 se vestía provocativamente, con transparencias y escotes imposibles, y se echó un novio cubano muchísimo más joven que ella cuando hacerlo era todo un escándalo.

Normal, normal, desde luego, no era. Sara y María Antonia aprendieron a convivir. Estaba la niña de la guerra, huérfana de madre, educada sin pretensiones para ser una mujer de su casa, que era lo que entonces se estilaba, y estaba la jovencita que despuntó por su extraordinaria belleza y su fotogenia, como una flor rara en aquella España triste de la posguerra, la que, con su poquito de voz y mucho genio, se abrió camino en el cine español y se atrevió a emprender viaje a las Américas. Está luego la más legendaria, la que protagonizó Veracruz, la de El último cuplé y La violetera, la del Fumando espero, entronizada ya como una de las más grandes estrellas de la pantalla y de las mejor pagadas de su época. Luego llegó el cine del destape, en el que hizo alguna incursión, y un capítulo final, como cantante y artista de variedades. Y un apéndice, como personaje de la prensa del corazón.

Cuando murió fue enterrada junto a su hermana Elpidia y la mujer que se casó con su padre tras enviudar, María Vicenta, a la que ella siempre tuvo por una madre queridísima. Sara volvía a ser María Antonia simplemente, una mujer normal. Bueno, no, normal no.

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