Opinión | Crónicas galantes

Vacas en la pasarela

Va a estallar como de costumbre la III Guerra Mundial, aunque aquí en Galicia pasamos del asunto para ocuparnos de otros de mayor enjundia y, sobre todo, más divertidos. Mientras la ferretería bélica volaba por los cielos de Oriente, los gallegos asistieron estos días al pacífico combate por la elección de la vaca más hermosa del país. La victoria y el título de Miss Vaca 2025 recayeron en Boneca, glorioso ejemplar de rubia gallega que jugaba con la ventaja de ser originaria de Rodeiro.

El certamen es tan estrictamente gallego como el programa de la TVG que lo incubó. Con más de treinta años ininterrumpidos en antena, el Luar de Gayoso es por derecho propio una de las instituciones de la Galicia contemporánea.

Sus críticos intentan agraviar en vano al programa por la alta edad media de los espectadores y el exceso de gaitas; pero ahí se conoce que viven en otro país. Si algo caracteriza a este reino es precisamente lo envejecida que está su población y el copioso número de grupos folclóricos que lo asemejan a Irlanda, junto al común gusto por el aguardiente.

Eurovisión tiene sus eurofans, pero también Miss Vaca cuenta con seguidores incondicionales que le han dado una merecida fama en TikTok, Instagram y por ahí.

A diferencia de los tradicionales concursos de misses, este de las vacas es inesperadamente rompedor. Si aquellos incurren en la gordofobia y en la misoginia, el certamen vacuno de Galicia carece por completo de prejuicios de ese o de cualquier otro tipo.

Las finalistas de este año, un suponer, pesaban entre 700 kilos y una tonelada de hermosura; y tampoco la edad era un factor discriminatorio. Competían las de cuatro con las de trece años, lo que acaso constituya todo un alegato contra el edadismo. Ya decía Castelao que los concursos de vacas lecheras valen más que los de belleza, aunque una cosa no quite la otra. Baste ver la feliz fusión entre agro y belleza que ha obrado el certamen de Miss Vaca.

Estas invenciones que los menos avisados reputarán de excéntricas son, en realidad, una muestra más del histórico amor que los gallegos profesan a la fauna. Y a la vaca en particular, que por algo viene a ser el emblema de la vieja tribu de Breogán.

Animal filosófico de los que disfrutan viendo crecer la hierba, la vaca ha sido siempre como de la familia en Galicia. No está muy lejana la época en la que ocupaban un lugar en la parte baja de las viviendas agrarias, contribuyendo así a la calefacción del hogar a cambio de una razonable dosis de pasto. Por supuesto, se las trata familiarmente por su nombre y nunca les falta un cariño.

Tan amorosos cuidados han de reflejarse por fuerza en la salud y calidad de la ganadería bovina del país, que ofrece una de las carnes más admiradas de la Península.

Ahora se les ha rendido un penúltimo homenaje con la creación de un concurso que, además de su utilidad, valora también su belleza. No hemos llegado aún a darles masajes a las vacas como hacen los japoneses con su ganado más selecto; pero todo es cuestión de tiempo. De momento, ya son las reinas insurgentes de la pasarela.

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