Opinión | Shikamoo, construir en positivo
¿Camas balinesas?
Señoras y señores, julio ya está aquí. Y con él, claro está, el comienzo del núcleo duro del verano, que alcanzará su apogeo en términos de movimiento humano entre el 25 de este mes y el 15 de agosto. Y es que el estío es una estación que en nuestras villas y ciudades costeras implica en muchas ocasiones una enorme multiplicación del número de personas residentes y visitantes, así como la puesta en marcha o el refuerzo de múltiples actividades y servicios de índole turística de carácter fuertemente estacional. Todo ello supone, no cabe duda, un importante estímulo económico que a nadie deja indiferente. Pero, como todo en la vida, con sus servidumbres, limitaciones y efectos secundarios...
Pero si hay un plato fuerte en el menú que al visitante le ofrece nuestra Galicia en este tiempo de canícula, este viene de la mano de sus más de setecientas playas, de todo tipo. Arenales a veces salvajes y solitarios, y otras fuertemente urbanizados. Playas textiles y nudistas, o a medio camino entre una cosa y la otra. Unas dotadas de todo tipo de servicios, mientras que en otras su atractivo fundamental es, precisamente, la simplicidad de una propuesta mucho más apegada a lo netamente natural. Playas famosas, con verdaderos problemas de masificación, y que hoy en día se visitan previa cita. Y playas mucho más anónimas, a pesar de su belleza, de su lámina de agua incomparable o de un entorno maravilloso a su alrededor. Playas completamente accesibles y calas recónditas en las que casi te juegas la vida si te empeñas en visitarlas...
Les cuento todo esto, amigos y amigas, porque cada día entiendo menos la propuesta de playa que se está consolidando y afianzando desde hace tiempo en otras zonas del país, de Europa y del mundo. Lo veía en un reportaje en televisión hace unos días, pero también ha salido en otras ocasiones, e incluso lo he conocido de manera presencial. Y es que hay zonas donde el dominio marítimo-terrestre, del que se habla mucho estos días en Galicia por haberle sido transferida la competencia de su gestión a la comunidad autónoma, se explota en muy buena medida de forma privada. Así, me sorprendió tal tipo de práctica en Italia, donde se llegan a parcelar zonas de playa, cobrando directamente para poder acceder a las mismas o estando reservado su ingreso a la participación en otras propuestas de elevado valor pecuniario. Un concepto playero absolutamente antagónico al que siempre ha imperado aquí. Y es que en la playa en nuestra tierra, por mucho que se empeñen algunas iniciativas en intentar cambiarlo, la relación con el agua, la arena y la sal es muy propia de cada uno, gratuita y libre.
Pero no hay que irse a Italia para asistir a la privatización en mayor o menor grado de la posibilidad de disfrute de la playa. En otras zonas de nuestro país —como en ciertas áreas del Mediterráneo, por ejemplo— hay amplias concesiones de hamacas que colonizan buena parte de los arenales. Algo que se empieza a ver por aquí de forma muy tímida aún, pero que supone un peligro real de transición a una forma de disfrute de la arena y del mar de una forma mucho menos democrática. ¿O qué me dicen de las «camas balinesas», verdaderos engendros que se plantan sobre la arena para engordar las cuentas de cuatro? Con tarifas de ciento y pico, doscientos euros o mucho más, representan justo lo contrario de una relación real y terapéutica con la Naturaleza...
Camas con tarifas que a veces, oigan, llegan a verdaderos despropósitos, como los setecientos euros que se pedían en alguno de los «chiringuitos» de playa por su «disfrute». Eso sí, acompañada tal contratación de una botella de «Dom Pérignon». Y digo yo... ¿qué tendrá que ver la playa con la ingesta de alcohol, por muy sofisticado que este sea?... No me interpreten mal que —¡viva la diversidad!— entiendo que cada uno puede optar o no libremente por este o por algún otro producto, según su criterio y ejerciendo su lógica libertad... A lo que me refiero, e insisto en ello, es a que me preocupa el peligro de una mudanza más o menos generalizada a tal tipo de costumbres ya consolidadas en tales lugares, con la excusa de la generación de valor añadido en los arenales pero practicando, a la postre, un importante grado de gentrificación, de expulsión... De que sólo quien pague tales productos o servicios pueda terminar disfrutando de lo que hoy es, por definición y por imperativo legal, totalmente gratis. Y eso, queridos y queridas, sí que no...
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