Opinión
Bombardea como puedas
Todos los usuarios del transporte aéreo, en sus diversos grados de temor y fingida desenvoltura, sabemos que, por mucho que la estadística lo haya coronado como el medio más rápido y seguro para viajar, el avión al que nos subimos siempre merecerá un respeto y una brevísima reflexión, «¿será este mi último viaje?», nos preguntamos mientras devolvemos con una sonrisa automática el saludo de bienvenida de la azafata.
Los pioneros de la aviación comercial, es decir, los que conocimos los aviones de hélice en el tráfico interior, afrontábamos las diversas maniobras sobre todo despegue y aterrizaje, que son las más peligrosas, empujando hacia arriba la estructura del aparato con los ojos cerrados y no los abríamos hasta que un cambio en el ronroneo del motor nos indicaba que ya estábamos a prudente distancia del suelo. Entonces, los nervios se aquietaban y nos atrevíamos a mirar por el ventanuco un paisaje reconocible de ciudades y pueblos, grandes ríos, pantanos, montañas, grandes extensiones de tierra cultivada y hasta rebaños de ganado en busca de mejores y más jugosos pastos. Volábamos pues a baja altura para poder utilizar las inacabables llanuras rusas ante la coyuntura de un aterrizaje de emergencia como nos contó en unas deliciosas crónicas el escritor norteamericano Steinbeck en la compañía del fotógrafo Frank Capra.
Desde el final de la Primera Guerra Mundial, y sobre todo de la Segunda, la aviación se ha convertido en el arma preferida por militares y políticos. Entre otras ventajas porque permite destrozar al enemigo poniendo a salvo la vida de los pilotos y, muy importante, los restos de mala conciencia que pudieran quedarles al alejar de su campo de visión a las víctimas de su bombardeo. Una circunstancia que no habría pasado desapercibida al laboratorio secreto del doctor Kissinger, en el que ya se trabajaba con la brillante idea de que la superioridad aérea equivale a la superioridad moral y permite justificar toda clase de villanías.
Las dos bombas atómicas que volatilizaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki (USA tiene en su historia el siniestro mérito de haber sido la única nación que utilizó armamento nuclear sobre población civil indefensa) pusieron de manifiesto que la radiación resultante podría suponer la extinción de la entera humanidad. Estos días han reaparecido en los medios informaciones preocupantes sobre la posible utilización de armamento nuclear en la confrontación entre USA y la República Islámica. La circunstancia ha servido para presumir por parte de Donald Trump de haber destruido las instalaciones en las que se ultima la puesta a punto de la llamada «bomba del Profeta». El líder supremo de la revolución islámica, Alí Jamenei, dijo que su país se burlaba de las palabras del hombre con el pelo de color naranja.
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