Opinión
El riesgo de vivir en barrios vaciados

Comercios en avenida de Oza, en el barrio de Os Castros. / Carlos Pardellas
A Coruña ha presumido siempre de sus barrios, de la identidad propia de cada conjunto de calles que los ciudadanos han reconocido como su hogar, llegando al paroxismo de incluso identificarse por el código postal como una broma, pero también como una demostración de la importancia de este factor social.
Las nuevas tecnologías, los grandes centros comerciales, la escasa rentabilidad, los cambios socioeconómicos… son circunstancias que explican cómo esos barrios se están transformando poco a poco y perdiendo parte de su memoria y de los negocios de toda la vida, convirtiendo en eriales muertos algunas de sus calles. Sucede en Os Mallos, Os Castros o Monte Alto.
En las galerías comerciales de Ramón y Cajal, por ejemplo, cuatro comerciantes bajaron la verja durante el último año y solo uno ha conseguido un sucesor que mantenga el pulso vital de un punto de encuentro vecinal, una mini ágora que fortalece el tejido social y contribuye a evitar que ciertas zonas se conviertan en una sucesión de locales de hostelería.
Esta semana también conocimos la historia de la tienda Manitas, en la avenida de Buenos Aires, un comercio que liquida sus existencias tras 45 años de vida. Su relato podría trasladarse a decenas de puntos de una ciudad que muta, lógicamente, dejando atrás modelos de negocio entre los que existen todavía opciones viables. La mercería La Crisálida de San Andrés es un ejemplo y en Os Mallos el joven empresario Jorge Santos recoge el testigo de una mercería para añadir una tienda de tejidos a la de moda que posee en la calle de los Olmos, apostando por un modelo de cercanía.
Grandes ciudades sufren el fenómeno de la gentrificación y el impacto negativo» de un turismo masivo sin control, lo que ha ido expulsando a vecinos de las calles en las que aprendieron a montar en bici, celebraron los primeros goles con sus amigos o se enfrentaron a sus primeros escarceos adolescentes.
A Coruña está lejos de sufrir ese desgaste —a pesar de los precios de la vivienda— , pero urge un debate político y medidas de apoyo —desde las fiscales, a la agilización de licencias, más peatonalización o debate sobre horarios— para tratar de compaginar el cambio de modelo económico y social que condena al cierre a los negocios de siempre, cuyos dueños no encuentran relevo cuando se jubilan por falta de rentabilidad de muchos de esos negocios, con mantener la vida en los barrios y no convertir sus aceras en un cementerio de locales cerrados. Es necesario facilitar proyectos que apuesten por la cercanía y alimentar el tejido social.
La hostelería ya es el primer interesado en los bajos comerciales, cuya conversión en vivienda se antoja más una entelequia bienintencionada o una inversión económica limitada que una respuesta al problema de la vivienda y al cierre de comercios. Si se debaten respuestas para paliar el fenómeno de la España vaciada, no huelga trasladar esa discusión al ámbito municipal porque los barrios vaciados restan color a nuestras vidas.
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