Opinión | La pelota no se mancha
Yeremay y el triunfo de la naturalidad

Yeremay y el triunfo de la naturalidad
«Soy el primero que lo sabe, no he estado bien. Todos los jugadores, yo todavía más, pasan por momentos malos». Con estas tres frases Yeremay Hernández hizo volar varios búnkeres, un millón de precauciones y un buen puñado de tabúes. Seduce casi tanto el Yeremay futbolista total como el Yeremay natural. Un niño de 23 años con un estable andamiaje mental y emocional, que dice lo que piensa y lo que siente, que regatea más en el campo que ante un micrófono. Solo así, trasparente e insultantemente normal, ha podido alumbrar toda esa metamorfosis personal de los últimos años, solo así ha podido encajar ser el centro de todas las conversaciones e intereses en el más alto rango del Viejo Continente. De niño a futbolista profesional. Yeremay tiene un techo que no se le adivina, también ha pasado y pasará por momentos peores, en los que no se encontrará, en los que nada fluirá. No es un superhéroe, aunque a veces lo parezca. Y no pasa nada. La crítica, siempre desde el respeto, también le hará mejor. Es terapéutico reconocerlo y verbalizarlo, decírselo a su gente, porque lo más probable es que sea el primer paso para ser el de siempre, para estar a gusto consigo mismo, para ser ese que inventa regates imposibles y que clava goles en las escuadras. Un líder, una inspiración para el Deportivodel resurgir.
Desde hace un año no hay nadie que se defienda o que se explique mejor que él mismo. Gestos, fútbol y palabras
Porque hacía tiempo que no se sentía la voz de Yeremay. En meses de silencios ensordecedores, de una protección hasta cierto punto lógica, se ha echado de menos escucharlo porque desde hace un año no hay nadie que se defienda mejor que él mismo. Por Yeremay hablan su fútbol, sus gestos, también su voz, sus razonamientos aplastantes. Sus comparecencias son como ponerse unas gafas para ver de cerca. Todo se percibe claro y nítido, aunque a veces guste y otras no tanto lo que enfocan los cristales. Como en aquella comparecencia de Málaga en la que dejó su continuidad en el Dépor en el aire cuando estaba en pleno apogeo el mercado de invierno. Como en aquella de un tiempo después en la que reconoció que lo había pasado mal y que había necesitado ayuda psicológica. Hace un par de días en Riazordijo que había afrontado un mal momento futbolístico y que a él le gusta jugar en banda, pero que, al centrar su posición, le han puesto una prueba que puede hacerle mejor. Eso sí, le costará, él mismo lo ha admitido. Y no pasa nada.
Hasta ahora todo es idilio entre el Dépor y Yeremay Hernández. Ha apostado por quedarse en casa y en una categoría que no le corresponde, a pesar de que los millones revolotean a su alrededor y a pesar de que escucha a encantadores de serpientes en su oreja. Oídos de acero. Se ha mantenido fiel a lo que sentía más que a la lógica de un fútbol mercantilizado con unas reglas compartidas. Quizás lo más sencillo habría sido apostar por lo razonable, buscar una comodidad personal y familiar y coger de nuevo un micrófono para explicar sus razones para irse, seguro que entendibles para cualquiera con un mínimo de empatía. Es probable que llegue un día en el que se le vuelva a plantear esa disyuntiva y salga cruz para el Deportivo. Y será él el que mejor lo argumente después de mucho masticarlo. De momento, solo luce goles que quitan telarañas, besos al escudo y gestos que recuerdan los 35 millones que quería pagar el Sporting y que él sigue en su hogar. Larga vida a un idilio en el que, por encima de caminos cómodos, Yeremay ha querido escribir su propia historia, esa que no busca triunfos inmediatos, que mira a largo plazo y por la que también es admirado en muchos rincones de Europa. No solo por sus goles y por sus regates hipnóticos. Es un camino diferente en el fútbol del Siglo XXI, es su camino.
Un gol que le devuelve a su esencia
Su tanto al Almería fue también un triunfo de la normalidad, esa que le hizo volver donde siempre ha estado a gusto en un terreno de juego y donde siempre ha sabido hacer daño. Se siente y se percibe como un jugador de banda. Con querencia a irse al centro, pero ante todo un extremo. No parece tener excesivo sentido acercarlo al área cuando él ya sabe el camino, para ser nocivo desde su posición de siempre. Hay que darle tiempo al tiempo, meses para que cuajen las apuestas, pero al canario le sigue tirando la sisa cuando se ancla por el centro. Rodeado, vigilado, jugando menos de cara, sintiendo el aliento el defensa en la nuca más que mirándole a los ojos . ¿Se adaptará? Seguro. ¿Pero el equipo lo necesita con tanto talento interior que posee? ¿Hace falta acostar a Mario Soriano a la izquierda para crear un ecosistema que parece aún apuntalado o que, de momento, no saca todo el rédito posible al jugador franquicia del equipo? El tiempo dará y quitará razones, aunque todo es más sencillo con el talento individual ofensivo que destila este equipo.
El Dépor lleva dos partidos en los que su fútbol no termina de fluir. Estuvo cerca de ganar a Eibar y Almería, pero se sintió más amenazado, peligró la racha y percibió que era una batalla más de tú a tú, no un aplastamiento como ocurrió ante Granada o Mirandés. Hay una ausencia que quizás tenga algo que ver, aunque las razones pueden ir más allá, ser más globales. Mella se fue al Mundial sub 20 como bigoleador y con la sensación de haber encontrado su sitio en el equipo y su punto de forma después de unos meses, en progresión, pero un tanto extraviado. Él mismo reconoció que poco a poco iba a adaptándose como podía a esa posición de carrilero, que también le exige en defensa. Se va despertando esa alma de zaguero, esa alerta de no perderse en las vigilancias defensivas. De hecho, se le vio metiendo el cuerpo a un atacante brasileño en el área en los últimos minutos de ese agónico partido que le dio el pase a octavos de final a la selección española. Pero el Dépor lo que ha echado de menos es su fútbol punzante en banda, esa capacidad para ensanchar y alargar el campo y que el Dépor no juegue solo por dentro. Ya a veces le limita no amenazar en el área como para no hacerlo por fuera. Y el zurdo de Espasande era un interesante contrapunto. Una añoranza que también sirve para darle la importancia que tiene y que, por momentos, se hacía invisible. Que vuelva pronto, con un título, pero pronto.
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