Opinión | Mujeres
Las razones del mono
Confieso que hay días que se me hacen intransitables. No mienta, a usted también. La actualidad se le vuelve irrespirable y no hay quien se maneje con la cotidianidad. Hay días que no hay por dónde cogerlos. Viene bien, cuando nos sobreviene ese estado, contar con algún consuelo o estímulo ajeno, pero es que hay días, reconózcalo, en que una no está para nada, días en los que una deambula por la vida confiando en llegar a la noche sin haber recibido ningún zarpazo.
En días como ese, es un suponer, una abre el periódico y se encuentra con la noticia del fallecimiento de Jane Goodall. ¡Qué pena! Se detiene a leer, por leer, y se tropieza con esta frase: «Hay una gran cantidad de pobreza y sufrimiento, pero en la mano de cada uno está la posibilidad de hacer cambios cada día». Con el ánimo que una se gasta, no acaba de creérselo, pero dadas las alternativas se agarra a esa idea como a un clavo ardiendo.
Jane Goodall fue una niña de postguerra. Creció en el acomodado barrio londinense de Hampstead y cuentan que, de pequeña su padre, un respetable hombre de negocios, le regaló un monito de peluche. Así, dicen, empezó a interesarse por los animales. No sería solo eso. El caso es que con 23 años viajó a Kenia con su madre, se quedó en la granja de una amiga y consiguió un trabajo como secretaria. Como lo que ella quería era estudiar a los animales salvajes en su hábitat natural, localizó a un paleontólogo, Louis Leakey, que pensaba que la observación de la conducta de los primates podría ayudar a entender a los primeros homínidos, contactó con él, se pusieron de acuerdo y Jane Goodall acabó en Tanzania, sola, acampada en la gargan ta de Olduvai, ojeando chimpancés.
La étologa descubrió allí que los humanos no son los únicos seres vivos que saben fabricar y usar herramientas. Los chimpancés también lo hacen y saben hacer muchas otras cosas: se cuidan entre ellos, se abrazan e intercambiaban gestos de cariño, saben quererse y saben hacerse la guerra, son capaces de organizarse para atacar a sus congéneres, en defensa propia o para obtener alguna ventaja. Igual que los seres humanos.
Goodall averiguó muchas otras cosas sobre los chimpancés. Evidenció la humanidad de los primates y la bestialidad de los hombres. Su defensa de los animales fue a más, se convirtió en activismo ecológico y en una firme militancia pacifista. «Podemos tener un mundo pacífico», prometía. «Podemos avanzar hacia un mundo donde podamos vivir en armonía con la naturaleza, donde vivamos en armonía con los demás. No importa de qué nación provengamos, no importa cuál sea nuestra cultura, no importa qué religión profesemos. Este es el camino hacia el que debemos avanzar», decía, convencida. Hoy, por muchas razones, cuesta creerlo. Sin embargo, ella estaba convencida: «Todavía quedan muchas cosas en el mundo por las que merece la pena luchar». Será bueno recordarlo.
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