Opinión
Veinticinco años y un día
El próximo mes de noviembre se van a cumplir 25 años del asesinato de Ernest Lluch, justo el día que se cumplirán 50 años y un día de la muerte de Franco. No tenía presente la coincidencia en las fechas, que ETA matara a alguien como Lluch, representante del diálogo y la cultura, en la commemoración del primer cuarto de siglo del hecho que precipitó la democracia. Era un claro exponente de ella, ahí está la macabra maniobra de la banda terrorista que también marcó el punto de inflexión definitivo de su lenta y progresiva desaparición. El mundo cambió irreparablemente el verano siguiente, con el ataque a las torres gemelas de Nueva York.
Aquel año 2000 hacía el último curso en la facultad de periodismo en Barcelona. Aznar había ganado con mayoría absoluta y muchos lo vivieron como un retroceso político y cultural. El día que hacía 25 años y un día de la muerte de Franco, en la facultad de periodismo nos movilizamos. Fuimos clase por clase para convocar a nuestros compañeros a protestar por el asesinato de Lluch. Creíamos que con la palabra y con la calle aún se podía cambiar el rumbo de las cosas. El 20 de noviembre, justo la víspera del asesinato, el día que se cumplían 25 años de la muerte de Franco, mi madre soplaba 50 velas en el pastel. Allí donde se cruza la agenda personal y la colectiva. En tres meses yo cumpliré 46. ¿Cómo puede hacer tanto tiempo de todo y en realidad haber pasado tan pocos años?
Hoy, 25 y 50 años después del asesinato de Lluch y la muerte de Franco, algunos retos parecen también de otro mundo. El cambio climático, guerras con drones, la desinformación que se expande en las redes, y mi madre que va a cumplir 75. Los problemas que nos impactan no nacen en casa, nos alcanzan desde muy lejos. Sin embargo, hay tics. La memoria de Lluch y de la dictadura de Franco nos recuerdan que la libertad nunca se puede dar por descontada y que hay quien siempre tiene cargado el retroceso.
Los hay, también, quienes tristemente viven en un foto fija que ocupa toda la línea temporal. Una foto fija que es pasado, presente y futuro. Lo saben los gazatís. Sin movimiento no hay esperanza.
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