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Opinión | La suerte de besar

Estado de bienestar

Un amigo me explicó que la esencia de la buena amistad es acompañar. Que los amigos de verdad no tienen soluciones para todo, pero sí tienen presencia y compañía. Están a tu lado y hacen el camino junto a ti. No te salvarán de un desamor o de una pérdida, pero sí te agarrarán del bracito y te darán un par de toques en la espalda para que recuerdes que no estás sola. Tras este arranque de música de violines, bajemos al mundanal ruido para hablar sobre el Estado de bienestar, un modelo político y económico que, como un buen amigo, nos ha acompañado durante tiempo y que ahora anda maltrecho. Lo hemos dado por supuesto y, como cualquier pareja o colega a quien damos por sentado y no mimamos, acaba resintiéndose.

He notado la fortaleza y seguridad de una red pública cuando he accedido a programas de cribado. Al cumplir los 50 comencé a recibir mensajes de la Sanidad Pública proponiéndome entrar en programas de control de mi salud. A todo dije que sí y me han tratado de cine. Agradezco infinito cualquier recurso que contribuya a mi tranquilidad y a la de los míos. No sabemos el motivo por el que unas dos mil mujeres con mamografías «no concluyentes» o «con lesiones dudosas» fueron olvidadas en un limbo administrativo, pero sí sabemos que el resultado de esta desidia ha sido la angustia generalizada y, en algunos casos, el drama en mayúsculas. Comprendo que el sistema pueda equivocarse en la comunicación a una o a dos mujeres, pero cuando se cuentan a miles, algo más profundo falla. Algo que tiene que ver con tomarse en serio al contribuyente, la gestión de lo público y con asegurar procesos de calidad.

Hay infinidad de situaciones personales que requieren de un Estado respetuoso, protector y promotor del bienestar y la igualdad de oportunidades para toda la ciudadanía. Que aplique la equidad. Que tenga claro que debe resguardar el bien común, que no negocie con la salud, la educación o las prestaciones sociales. Porque, en algún momento, le necesitaremos. Querremos que nuestros hijos accedan a una educación universitaria extraordinaria y necesitaremos que lo hagan en un centro público. Llegará un día, si no ha llegado ya, en que algún familiar o nosotros mismos nos convertiremos en personas dependientes. Y necesitaremos ayuda para los cuidados, para la atención en un centro de atención diurna o para un servicio residencial. Será imprescindible contar con ayudas para sufragar gastos infinitos asociados a la dependencia y agradeceremos tener un Estado que nos cuide y acompañe, como hacen los amigos de verdad.

Siento inquietud al escuchar argumentos que, gota a gota, instalan la desconfianza en un sistema que ha costado décadas afianzar. Son comentarios hechos con sorna acerca de subvenciones hacia ciertos sectores. Son acuerdos que privatizan los cuidados y que favorecen que grandes empresas se enriquezcan sin control. Es demonizar a ciertos colectivos y es, en general, frivolizar y no tomarse en serio el dolor ajeno. Lo triste sería creer que hay dolores de primera y dolores de segunda. Personas con vidas más valiosas que otras. Llegar al punto en que una mamografía sospechosa, un chaval con dificultades o un mayor con pocos recursos no sean prioridades para el Estado. Eso sería de pésimo amigo.

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