Opinión
Un Nobel con pirueta
Un comité de cinco miembros seleccionados por el parlamento noruego ha concedido a Corina Machado el Nobel de la Paz «por su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo venezolano y por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia». En el comunicado hecho público para dar a conocer el premiado de este año hay dos afirmaciones implícitas. Una implica considerar que el régimen político de Venezuela es una dictadura, y otra reconoce que el objetivo principal de Corina consiste en establecer la democracia en su país sin recurrir a la violencia. Ambas suposiciones están envueltas en la disputa política y, en consecuencia, el premio ha sido cuestionado. En realidad, es habitual que esta medalla sea la que suscita más polémica.
Corina Machado encarna hoy la oposición a Maduro y la aspiración a la democracia de los venezolanos. En 2023 fue nominada por el 92% de los votantes en unas primarias como candidata a la presidencia de la República. Aunque una decisión arbitraria la apartó luego de la competición electoral, fue la imagen de la campaña de Edmundo González. Entre fundadas sospechas de fraude, impugnó el escrutinio y abanderó movilizaciones masivas para proclamar vencedor a su candidato. Pero Maduro se negó a admitir su derrota y ceder el poder, y ella, sintiéndose amenazada, anunció que pasaba a la clandestinidad. Ahora vive en un lugar incógnito, desde donde se comunica ocasionalmente procurando no ser localizada. Se duda que, para preservar su seguridad, pueda acudir en persona a Oslo a recibir el premio.
La organización no desvelará hasta dentro de 50 años el nombre de los otros 387 nominados, quiénes los propusieron y qué méritos alegaron. Sí sabemos, porque uno de ellos ha publicado la carta que firmaron, que Corina tuvo el apoyo de ocho congresistas estadounidenses, entre los cuales figuraba Marco Rubio, entonces senador por Florida y en la actualidad secretario de Estado. A Corina, que ha recibido la noticia con un gesto de incredulidad, le han llovido las felicitaciones. Von der Leyen, Macron, Milei y muchos líderes han manifestado su alegría. Unos aplauden su coraje, otros ven en su pelea por la democracia un signo esperanzador y otros jalean su defensa de la libertad. El énfasis puesto a la hora de felicitar a la premiada denota el pluralismo ideológico que se da cita en la concelebración.
Pero no todo el mundo está contento con el fallo del comité noruego. Los más próximos a Maduro guardan silencio o muestran su total desacuerdo, aduciendo que en la política internacional hay actores con merecimientos muy superiores. Pablo Iglesias ha acusado a Corina de intentar un golpe de estado y no ha reparado en citar a Hitler para hacer una broma macabra. Rufián le ha dedicado a Corina una de sus grotescas mofas. Moncloa ha optado por la abstención. Solo Bolaños ha realizado una tibia declaración, recordando la ayuda prestada a Corina para su liberación. Borrell y García-Page, por el contrario, escribieron mensajes de felicitación y aliento. Igual que hicieron desde una posición política distinta Feijóo y Abascal, que no disimulan su entusiasmo.
Resulta curioso, no obstante, que se esté comentando el hecho de que Trump no haya obtenido el galardón más que el premio a Corina. La Casa Blanca, sin ocultar su decepción, ha reprochado al comité que antepusiera la política a la paz. Netanyahu y Putin han lamentado que el presidente de Estados Unidos, a pesar de sus esfuerzos por apagar conflictos, no recibiera el título. Incluso la misma Corina, en sus primeras palabras, menciona a Trump como aliado y agradece su contribución a la democracia en Venezuela que, según afirma, está cerca. Posteriormente, en rueda de prensa, Trump ha dicho que Corina le había confesado en una llamada telefónica que él merecía el premio y que ella lo recibía en su honor.
La alusión de Corina a Trump, la única de carácter personal con que ha distinguido a alguien en un momento tan especial, es chocante. La pregunta cae por su propio peso. Corina es una política conservadora, de ideas claras, decidida, valiente, como era Margaret Thatcher, el espejo en que se mira. Pero Trump carece casi por completo de currículum democrático. ¿Se propone Corina llevar la democracia a Venezuela de la mano de Trump? Quien haya seguido a Corina desde su cara a cara parlamentario con Chávez hasta sus mítines por las calles de Caracas, en mi caso por televisión, no tiene motivos para dudar de su actitud resuelta por las libertades. Pero para evitar cualquier posible confusión, es preciso tener en cuenta que la caída de Maduro no conduce automáticamente, sin más, al advenimiento de la democracia. La oposición a una dictadura y el establecimiento de una democracia son cosas distintas. Conviene estar alerta, porque la palabra «democracia» ha ido perdiendo significado de forma acelerada en los últimos tiempos.
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