Opinión | Shikamoo, construir en positivo
Gracias, Don Santiago, 91 años después
Tengan ustedes buenos días, queridos y queridas. La vida sigue, en estos días de otoño teñidos de verano, que por lo que me cuentan hoy mismo dará una vuelta de tuerca de cara a una meteorología más propia de la época del año en la que estamos. Y, como siempre, son tiempos en los que, como desde que la Humanidad es tal, unos nacen y otros nos dejan, en una gigantesca ruleta que no deja de girar… Es nuestro momento, en el que somos parte de ese devenir, con lo que nos toca estar aquí y ahora, y compartir y disfrutar de nuestra mutua compañía…
Hoy quiero hablarles, precisamente, de alguien cuyo intenso periplo vital remató física y presencialmente en tal día como ayer, en el que escribía estas líneas, pero de 1934, hace noventa y un años ya. Se trata de una eminente personalidad, de las que dejaron amplia huella, y que a la edad de ochenta y dos años desaparecía entonces. Y tengo que confesarles que también ayer mismo me produjo cierto vértigo, departiendo de estas cuestiones con un grupo de estudiantes de 3º de Educación Secundaria, comprobar que no sabían de quién les hablaba… Es una pena ver que una mente poderosa y a la vez una buena persona, de principios y de saberes, va quedando cada vez más un poco sumida en el olvido, pese a su importante legado para la Humanidad.
Les hablo de D. Santiago Ramón y Cajal. Seguramente uno de las más importantes personas de la ciencia española y Premio Nobel de Medicina en el año 1906, compartido con el italiano Camillo Golgi. Sí, el científico que da nombre al llamado Aparato de Golgi, uno de los orgánulos celulares más recordados por nuestros estudiantes y denominado así en su honor, siendo este un conjunto de estructuras en el citoplasma celular con un papel esencial en funciones como la construcción de la membrana plasmática, el transporte de partículas a lo largo de ella o el almacenamiento de lípidos y proteínas.
De Ramón y Cajal me llama la atención, sobre todo, su gran independencia de criterio y su capacidad para acercarse al conocimiento en escenarios un tanto borrosos, su autonomía e independencia a la hora de aprender por sí mismo, y su capacidad de rebelarse frente a estándares asumidos y mantras repetidos sin demasiada fundamentación, así como sus valores inquebrantables. Todo ello es revelador de que el investigador aragonés poseía una mente muy abierta y una personalidad honesta, así como una importante capacidad para quedarse con lo esencial, renunciando a todas esas capas de la cebolla con las que desde la mediocridad individual y compartida se tiende a disfrazar y distraer a veces la realidad. Él podía ver más allá de los convencionalismos, atisbando cuáles podían ser las soluciones a los problemas concretos que trataba de dilucidar. Y formó además a toda una generación de excelentes y brillantes científicos los cuales, a pesar de las purgas y de los intentos del Régimen a posteriori para situar a sus correligionarios por delante, pudieron seguir dando grandes alegrías a la ciencia.
Sirva esta columna a modo de homenaje no solamente a nuestro protagonista de hoy, sino al conocimiento puesto al servicio de la Humanidad entera por encima de otros intereses y preocupaciones mucho más ligados a las cuestiones crematísticas o a las ansias de efímero poder, que en muchas instituciones académicas llegan a lastrar su capacidad de mejorar el paradigma científico. Y es que hablar de Ramón y Cajal es hacerlo también de entrega y generosidad, no tengan duda. Por eso es para mí un referente sin paliativos cuya trayectoria intento sacar a colación en un contexto en el que el conocimiento cada vez está menos presente, cuando tengo la oportunidad. Y, seguramente, también por eso vibré de emoción paseando por Jaca en distintas ocasiones, o pernoctando en el Albergue de Los Escolapios en un Congreso de la Real Sociedad Española de Física, hace muchos años ya, sabiendo que D. Santiago había cursado allí mismo, en el colegio de tal orden, sus primeros cursos. Y donde fue clasificado como conflictivo, fíjense ustedes, por negarse a aceptar dogmas y memorización como método de aprendizaje, mostrando abiertamente su naturaleza científica, abierta, racional, honesta y valiente…
Pues nada… Agucen ustedes sus neuronas, con los impulsos eléctricos transmitiéndose a través de las mismas para, en la sinapsis, dejar que los mediadores químicos genialmente estudiados por Ramón y Cajal completen la magia de la comunicación entre ellas y… ¡vívanlo! Disfruten de la complejidad y la alegría de seguir aquí, pudiendo contarlo, desafiando a las Leyes de la Termodinámica mientras podamos, en una construcción fisiológica y bioquímica cuya armonía apabullante nos deja sin palabras cada día… ¡Salud!
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