Opinión | Tribuna
Carlos Fernández
Hermanos, no primos
La relación entre asturianos y gallegos
Siempre hemos oído que asturianos y gallegos éramos primos hermanos, y luego venía el chiste malo de quienes eran los primos, chiste de doble aptitud, pues en Asturias los primos eran ellos y en Galicia los primos éramos nosotros.
Miren, Europa es muy poca cosa; imagínense entonces Asturias y Galicia. Hay fincas en Argentina mayores. Por eso me llamó tanto la atención, desde chaval, esa diferenciación, ese «tu primo, yo hermano» entre unas tierras que tanto se parecían, que estaban pegadas, y que habían vivido la misma historia, y con grandes interacciones siempre. En mi familia, y entre mis amigos, sin ir más allá, tengo gallegos, que reman aquí, y que tras observarlos con cierta picardía descubrí eran igual que yo, clavaos. Y viceversa, conocidos asturianos que dedicaban su vida a trabajar y a hacer crecer a Galicia. Hace poco supe de algunos casos relevantes.
Ramón del Cueto Noval era carbayón, nacido en 1858. Ingeniero de minas, con gran capacidad intelectual, según cuentan los cronistas de la época. Obtuvo el cargo de Jefe del Distrito Minero de Coruña a Lugo, y sus inquietudes lo hicieron destacar en el periodismo —La Voz de Galicia, El Ideal Gallego, otras revistas— siendo también autor de varios libros relacionados con su profesión. Fue hijo adoptivo de Ribadeo y de La Coruña, llegando a Teniente-Alcalde de esa ciudad. Tan pronto organizaba exposiciones como potenciaba el Sindicato Agrícola, el Patronato de la Caridad, o el Comité de Exploradores de España. Y creó y fue primer Presidente de la Cámara Minera, hasta su fallecimiento, en 1928. Era poseedor de la Cruz de Alfonso XII. En suma, un notable del que sentirse orgullosos ovetenses y coruñeses, es decir, asturianos y gallegos.
Curiosamente, el local donde aquel ovetense radicó la Cámara Minera, en la calle Riego del Agua, es hoy la sede del Centro Asturiano de La Coruña, uno de los más activos de España, presidido por otro ovetense con su vida ligada a Galicia, José Manuel Rodríguez, extraordinariamente activo, que tiene en su alma unidas —doy fe— a Asturias y Galicia. Aunque nacido en Les Regueres, fue injertado en Trubia a los pocos años. Estudió en la prestigiosa Escuela de Aprendices de la Fábrica de Cañones, se tituló de Maestro Industrial, y completó su formación en la Escuela de Ingenieros de Armamento, en Madrid. Ya titulado fue destinado al Parque de Artillería de La Coruña, compaginando la labor castrense con la de profesor de la Escuela de Formación profesional, e impulsando la Escuela de Aprendices del Parque de Artillería, que se encontraba en un momento de cierto decaimiento. Su último cargo fue el de Inspector de calidad de la Fábrica de Armas. Una vida laboral plena, trabajando para Galicia; un coruñés más.
Podría decirse lo mismo aquí de Manuel Fernández Quevedo, Presidente de la Asociación Día de Galicia en Asturias, destinando su vida a tirar por el carro de Asturias y Galicia. Son ejemplos.
Ante estos hombres, que quieren profundamente a la tierra en la que nacieron, y trabajan por la otra, uno piensa en la grandeza de su entrega, dejándose la piel y hermanando. Abrazando a dos tierras maravillosas. Hace nada mi mujer y yo nos acercamos a La Coruña. Comimos en Castropol unas ostras de asombro, de reclinatorio, y una merluza que ha entrado en nuestra vida familiar como uno de sus momentos cumbre. En Coruña, en un bar pequeño y recoleto, tenían calamares, almejas, pimientos, cachelos... y un blanco fino y peligroso como un estilete, digno todo ellos del Princesa de Asturias de las Artes. Y cada mejillón, exquisitos, era de ración. Recuerdo la conversación durante aquella cena: nuestros presidentes —de partidos políticos distintos— acababan de acordar trabajar conjuntamente en varios ámbitos. «Debe de ser el vino —dije yo— pero me siento en casa» «No, no es el vino, es el contento por ver a políticos con cabeza, no con vísceras, y estar en tierra hermana».
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