Opinión | Nada es lo que parece
El orden en el desorden de Trump
Cierren los ojos y piensen en la estética de otras fechas históricas que guarden en su retina. Piensen en Yalta con Roosevelt, Stalin y Churchill enfundados en sus abrigos en una butaca deshilachada. Piensen en Carter, Sadat y Begin en Camp David en 1978. Piensen en Kohl y Miterrand en la Puerta de Brandenburgo en 1989. Piensen en Clinton, Rabin y Arafat en Oslo en 1993. Y luego repasen las fotos de la firma del acuerdo de paz con Donald Trump como protagonista. Casi único. El resto parecían meros palmeros al servicio de su ego insaciable. Ni Netanyahu ni Hamás ni nadie que pueda representar a los protagonistas de dos años de muerte. Antes de ese espectáculo, se pasó por el parlamento israelí y dejó claras sus prioridades. Un caos el mismo día que amenazaba a Putin con regalarle misiles a Zelenski y se medio reconciliaba con China tras amenazarle con aranceles del 150%. Solo hay tres teorías posibles para explicar a Trump: la locura narcisista como forma de gobierno, el gobierno como forma de negocio o la construcción de un nuevo orden mundial a partir de una coalición entre fanáticos y subasteros. El acto de Egipto tenía toda la pinta de ser esto. Tuvo la estética de aquellas presentaciones de las Trump’s Towers que lo hicieron famoso cuando hacía ver que era empresario: una fiesta para repartirse el botín sin presencia de los que han pagado con su vida el éxito del proyecto.
Los medios de comunicación estadounidenses ya han empezado a poner cifras a los negocios de Trump desde que está en la Casa Blanca. Forbes calcula que su fortuna ha pasado de 2.300 millones de dólares a 7.200 en menos de un año. Es evidente que instalar al planeta en la incertidumbre permanente da ventajas a quien dispone de información privilegiada sobre la siguiente ocurrencia de Trump y el mejor informado es el propio Trump. Se trata de hacer política con estética TikTok para afianzar operaciones a corto en la bolsa y en otros mercados que son las más especulativas.
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