Opinión | Crónicas galantes
¿De quién venimos siendo?
Y usted, ¿de quién viene siendo?, suelen preguntar los gallegos —y no solo ellos— cuando quieren indagar la parentela de su interlocutor. La pregunta, que era cosa de familia y, por tanto, inocente, ha pasado a ser ahora una cuestión con la que se pretende averiguar de qué pie cojea cada cual.
Hay que posicionarse, por decirlo con un feo palabro de actualidad. Todo español de bien (al parecer también los hay de mal) debe tener claro si es del Madrid o del Barça, de derechas o de izquierdas y hasta del BBVA o del Sabadell, protagonistas de una reciente guerra bancaria.
Quienes duden e intenten matizar lo que piensan sobre cualquier asunto son condenados de inmediato al purgatorio de los tibios. En esto no se respeta ni a la familia. La derecha extrema no duda en calificar de derechita cobarde a la otra, por más que compartan algunas ideas y, sobre todo, algunos gobiernos. Sobra decir que algo muy parecido ocurre con la izquierda radical y la socialdemócrata.
Hasta las elecciones se plantean en términos boxísticos. Su plato fuerte es, como se sabe, el debate o más bien combate televisado entre los dos principales aspirantes al título de jefe de Gobierno. No se trata de que gane el que mejores ideas aporte, sino el que más zascas le propine al contrario.
Las redes sociales que han desplazado a la tele promueven esta tendencia, con fino sentido comercial. Nada atrae más al público que un buen conflicto. Cualquier espectáculo está condenado al fracaso si no ofrece al espectador la opción de tomar partido a favor —y, sobre todo, en contra— de algo o de alguien.
Todo esto tiene el inconveniente de reducir la vida, tan rica en colores y matices, a una aburrida función en blanco y negro. Salvo los ultras de manual, que asumen al completo los catecismos de los partidos, el ser humano tiende a ser, por fortuna, mucho más complejo y contradictorio.
De la derecha, por ejemplo, se decía en tiempos que era conservadora de cintura para arriba y liberal del cinto hacia abajo. A la izquierda se le atribuía la costumbre de pedir el reparto de los bienes, exceptuando los propios, como es natural.
Una misma persona puede ser reaccionaria en materia de costumbres y mantener a la vez principios progresistas sobre la igualdad, la libertad o la solidaridad. Entre los revolucionarios fundadores de los Estados Unidos que defendían la abolición de la esclavitud no faltaban propietarios de esclavos.
Tampoco es infrecuente ahora el caso de quienes abogan por los valores de la civilización y a la vez apoyan a toda suerte de dictaduras y teocracias, siempre que pertenezcan al bando propio. E incluso hay misóginos que encuentran compatible el desdén por las señoras con ideas avanzadas sobre el progreso (de los caballeros).
Lo que importa en realidad es saber de quién viene siendo o con quién va cada uno, para poder tomarle la medida. Un amigo de este cronista ha encontrado la respuesta adecuada a esas preguntas: «No sabría que decirle. Yo soy más de bares».
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