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Opinión

Un maestro de aquí

Se expone en la Fundación Barrié una muestra del pintor gallego Fernando Álvarez Sotomayor (1875-1960).

Nuestro artista fue en vida un triunfador y, además de pintor reconocido, director del Museo del Prado y de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Por ser un clásico a conciencia quedó fuera de la onda expansiva del aplauso de las vanguardias y por ejercer su cargo en época franquista se le relegó a propósito. Pero el tiempo criba y las obras de arte reposan como el vino: los buenos ganan calidad con los años, los otros pierden propiedades y ya se sabe. Sotomayor se curaba de ello en vida, como apuntó en la conferencia inaugural, Javier Barón, jefe de la Colección de Pintura del siglo XIX del Museo del Prado. El pintor de éxito y altos cargos presentía que tras su muerte, su obra iría cuesta abajo en prestigio y reconocimiento, como así fue, como le pasó a Sorolla, del que podemos considerar discípulo. Sotomayor era un artista enormemente dotado para el dibujo y el color, con la ventaja de que su estancia en los despachos del Museo del Prado le dio oportunidad para seguir aprendiendo de los mejores maestros, sobre todo Velázquez.

Mientras Sotomayor pintaba, Picasso deconstruía el dibujo y componía convulsivamente cuadros cubistas que hoy son también clásicos pero en otra onda y con otro concepto. Sotomayor recorría el camino de las aldeas de aquella época sin luz eléctrica ni alcantarillado. La Galicia de Sotomayor la forman los personajes, no tanto el paisaje que se lo deja a su amigo Llorens para que lo eleve a la categoría de sinfonía pastoral como así lo logró sin pretenderlo. Y lo que nuestro artista logra son esos rostros llenos de verdad, de hondura cansada, de sinceridad religiosa y de humilde condición labradora. Nos decía el conferenciante que Sotomayor empezaba pintando los ojos del modelo a retratar porque lo demás es secundario para mostrar su personalidad. Y no falló su método porque en el semblante de la gente que pinta hay un halo de vida que sale principalmente de la mirada y, como su maestro Velázquez, capta y copia dejando que respiren los personajes atrapados en el cuadro. Su obra más conocida, Comida de boda en Bergantiños, nos dice que ese momento de dicha de los recién esposados es tan breve como la fiesta celebrada y que después toca volver a la dura realidad del campo al que están sujetos. Me gusta el cuadro porque no sobra alegría en la estancia pues la contención velazqueña es otro rasgo del pintor de Ferrol con un pie en el siglo diecinueve pintando en el veinte.

Galicia siempre fue su inspiración. Veraneaba en Sergude, pero venía con los pinceles, su herramienta ligera, para retratar el peso de vivir de los que cargaban con herramientas más pesadas: véase el retrato del mozo con guadaña.

La vida también le avisó de que sobrevivir es un arte cuando te alcanzan las desgracias pues perdió un hijo en la guerra, con veinte años.

Todos entramos en la lotería del gozo y la desgracia mientras el bombo de la vida da vueltas. Pero las obras de arte a veces consuelan la mirada e iluminan caminos oscuros. A Sotomayor, luz, color y arte no le faltan. Un maestro de aquí. Es de agradecer. No se pierdan la visita.

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