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Opinión | Buenos días y buena suerte

Pasó el Nobel, llegó el Planeta

Apagada en tiempo récord alguna polémica del Nobel, el que sea, ha surgido la del Planeta, que es, también, una polémica recurrente, de ciclo anual, que reverdece antes de Navidad. Básicamente leo que hay división entre lo literario y lo comercial: no son pocos los que creen que son cosas distintas, aunque yo no lo creo. Lo comercial puede ser muy literario y hay mil ejemplos. Juan del Val (el ganador del Planeta de este año) discrimina entre cultura elitista y cultura para la gente. Ahora bien, ¿Dickens era élite o era literatura obrera? Porque vendía mucho y era muy bueno. No me referiré a los modernistas, que se declaraban elitistas de antemano. Joyce se vanagloriaba de ponérselo difícil no ya a los lectores (por eso, y por la negativa editorial, tuvo que publicar con Sylvia Beach), sino a los críticos y a los académicos.

Ya en varias ocasiones Juan del Val me dijo, en algunas entrevistas que he mantenido con él, que había sin duda una literatura a nivel de la gente, sin resabios intelectuales, que solía despreciarse, y que, según él, era víctima de una mirada elitista. No es un debate novedoso, en efecto, pero quizás estéril, si decir elitismo implica un desprecio de la calidad, del hecho artístico. Los anglosajones lo llaman highbrow culture frente a lowbrow culture. O así.

Creo que veré a Juan del Val en noviembre y le preguntaré de nuevo. Existe la creencia de que en España se publica mucho, demasiado, y luego pasa lo que pasa. Pero, a pesar de eso, también hay autores excelentes que no logran abrirse camino, por más que lo intentan. ¿El imperio de las audiencias televisivas y de las redes sociales puede sobre todas las cosas? Parece claro que una editorial es un negocio. Y, como me dijo un editor, publico ciertos libros para poder publicar otros, que van a vender mucho menos. En fin. Es una manera de verlo. Un balance, un equilibrio. Una separación entre lo que vende, aunque tantas veces no sea excelente, y lo que no vende, aunque tantas veces lo sea. Pero qué diablos: hay autores que logran la ecuación perfecta. Son buenos y venden mucho. La historia está trufada de ejemplos.

En el extranjero, es verdad, se premian las obras ya publicadas. No son premios a priori, sino a posteriori. La cuestión económica, sin embargo, no debe ser desdeñada. No hay premio en el mundo con más dotación que el Planeta. La precariedad de la literatura, y de la cultura en general, en este país, no parece motivo de discusión. Estamos de acuerdo. Hay mucha gente que protesta ante las subvenciones del gremio cultural (las protestas arrecian con las subvenciones al cine, ya se sabe, que es una industria dificilísima): como si fuera algo que no aporta bienestar al pueblo, como si fuera un mero divertimento de unos cuantos. Falso. La literatura, como el cine, es un gran bien que hay que cuidar. Es pensamiento, es emoción. Pensamiento crítico. ¿Acaso no es eso el arte? Que exista una prolongación de la televisión y las redes sociales a la hora de la publicación de libros no es sólo un fenómeno de aquí. Juan del Val me dijo hace un par de años: «Yo vendo más libros porque salgo en televisión, seguro, pero también creo que salir en televisión te quita cierto reconocimiento. Sólo que a mí el reconocimiento me da igual».

El debate sobre qué es la fama, y cómo se consigue, también es eterno. «Cela y Umbral eran muy famosos, y salían todo el rato en televisión», me insistía Juan del Val. «Ahora apenas verás a un autor en prime time». Aunque de vez en cuando surja un anónimo y ascienda a lo más alto. Como David Uclés.

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