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Opinión | Crónicas galantes

Cambio de hora, hora sin cambios

Los gobiernos siempre nos están tocando algo: la cartera, los cataplines e incluso las horas, que desde hace medio siglo deben reajustarse dos veces al año en España. Felizmente, la costumbre de adelantar y atrasar por decreto las manecillas del reloj podría estar llegando a su fin.

Avanzado en este y otros muchos aspectos, el Gobierno se ha propuesto acabar con el cambio bianual de hora. Por una vez no se trata de aplicar la ideología, sino el mero sentido común. La idea consiste en dejar en paz a los relojes, de tal modo que marquen la misma hora durante todo el año, sin atrasos ni adelantos.

Esto no es una novedad, en sentido estricto. Fue aún más lejos hace un decenio el entonces presidente Mariano Rajoy al proponer la adaptación de España al mismo huso horario que Portugal y el Reino Unido. Gallego y, en consecuencia, un tanto portugués, Rajoy aducía que esta medida permitiría racionalizar las horas de trabajo y almuerzo en este país, tan disímiles de las del resto de Europa.

A tanto no llega ahora, por desgracia, la sensata proposición de Pedro Sánchez, aunque no por ello tenga menos mérito. Se trataría, simplemente, de eliminar el cambio de hora de verano a invierno y viceversa que tanto altera los biorritmos de los ciudadanos españoles. Investigadores del ramo de la medicina han certificado, en efecto, que esas mudanzas cronológicas afectan negativamente a la salud de la población.

El baile de horas fue adoptado en el lejano año 1974 a raíz del embargo de petróleo que dictaron los países árabes contra Estados Unidos y Europa por su apoyo a Israel en una de las tantas guerras de Oriente Medio. A los países occidentales así castigados no les quedó otra que tomar decisiones de ahorro energético, entre las que figuraba el doble cambio horario.

Medio siglo después, el ahorro por ese concepto es ya insignificante y en modo alguno justifica el mantenimiento de la medida. Parece razonable, por tanto, la iniciativa que acaba de sugerir el Gobierno español.

El problema, en realidad, consiste en poner de acuerdo a los veintitantos países de la UE sobre la conveniencia de elegir el horario de invierno o el de verano. Si ya cuesta que algunos acepten que lo de Rusia en Ucrania es una agresión, fácilmente se entenderá que pactar un mismo horario sea tarea ciclópea.

La mayoría de los españoles consultados en las encuestas prefieren el horario de verano, aunque esto admite matices. Puede que muchos de los consultados asimilen esa idea a la de sol, playa y vacaciones, cuando en realidad les están preguntando sobre otra cosa. En el caso de Galicia, geográficamente tan extremada, eso supondría amaneceres tardíos durante varios meses del año, circunstancia que tal vez no anime al personal.

Lo único seguro, por el momento, es que en la madrugada del sábado al domingo ganaremos una hora de sueño, para perderla en el siguiente cambio de agujas. Hasta que la hora sin cambios sustituya al cambio de hora.

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