Opinión | Inventario de perplejidades
Rendir pleitesía al emperador
Hay que alegrarse muy sinceramente de que el presidente de Estados Unidos, el inefable Donald Trump, haya convencido (mejor ordenado) al jefe del Gobierno de Israel, Benjamín Netanyahu, que cese el genocidio que su ejército estaba perpetrando contra la población palestina en el territorio de Gaza.
Las horribles imágenes difundidas a todo el mundo sobre la extrema violencia empleada conmovieron a buena parte de la opinión pública mundial. Se sucedieron masivas manifestaciones de protesta y hubo denuncias ante el Tribunal Penal Internacional, que acusó a Netanyahu de ser sospechoso de crímenes de guerra y, por tanto, perseguible de oficio en todos los países que asumen la legislación sobre los derechos humanos, entre los que no se encuentran los gobiernos de Washington y Tel Aviv.
A todo esto, irrumpió en escena, como salido de un truco de magia, el hombre del tupé dorado, la chaqueta azul abierta, la camisa blanca y una corbata roja colgando sobre una barriga aparentemente satisfecha de su paso por un mundo, en el que miles de millones de barrigas pasan hambre. Por no hablar de los avances científicos sobre la existencia de la inteligencia intestinal, que algunos llaman el «segundo cerebro», dado que millones de neuronas cumplen funciones muy importantes para el cuerpo humano.
Habría que averiguar si los súbitos cambios de opinión del presidente norteamericano no se deberán al uso alternativo de los dos cerebros. La inmensa mayoría creíamos que todos nuestros actos estaban dirigidos por el cerebro que llevamos instalado en lo más alto de la cabeza, pero de repente cambiamos de comportamiento por decisiones del cerebro que reside en nuestras tripas.
En los primeros tiempos de la trumpización, sus continuos cambios de opinión sobre sus propias opiniones, su desparpajo para mentir a sabiendas, sus payasadas y sus ridículos puñetazos al aire para cerrar los mítines, hacían gracia en determinados foros, con la seguridad de que el fenómeno sería pasajero. Pero como casi siempre sucede la Historia va en sentido contrario a nuestros deseos.
El día 7 de octubre del año 2023, Hamás, una organización palestina armada (en los medios oficiales, se la califica de terrorista), atacó por sorpresa la frontera con Israel, utilizando para ello desde sofisticado armamento hasta grandes cuchillos de cocina, incluso parapentes para superar por el aire la frontera.
La festividad del día y la celebración de un concierto de rock al aire libre llenó las calles de un gentío dispuesto a disfrutar pacíficamente de la jornada. Pero, en vez de eso, se encontraron con el horror de los milicianos de Hamás que asesinaban a los que huían, violaban a mujeres o tomaban rehenes. No obstante, lo más llamativo de este trágico episodio fue la explicación que el Mossad (servicio secreto israelí) dirigió a la opinión pública, alegando un «fallo de seguridad». Una tesis que parece difícil de creer en una organización que tiene fama de tener muy buena información sobre el submundo político-financiero mundial.
Según los datos difundidos por Israel, hubo 1.195 muertos y 251 secuestrados entre los ciudadanos en un enfrentamiento que duro dos días. En cualquier caso y, al margen del increíble fallo de su servicio secreto, el ataque de Hamás sirvió a Netanyahu y a su gobierno de ultras para organizar una respuesta militar de una brutalidad y de una crueldad inauditas, que excede con mucho el «ojo por ojo» bíblico. Hasta la venganza tiene límites antes de caer en la inhumanidad.
La aparición de Donald Trump cogiendo por la oreja a Netanyahu (como se hacía antes por los maestros para reafirmar su autoridad ante los escolares díscolos), dibujó el espectáculo deprimente de una clase política europea rindiendo pleitesía al emperador, por muchas tonterías que haga o diga. La imagen de los plenipotenciarios puestos en fila para saludarlo resultó sonrojante.
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