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Opinión | Buenos días y buena suerte

«Fiesta y siesta», dice Byung-Chul

De los Premios Princesa de Asturias 2025, que se entregan en el hermoso Campoamor de mis años jóvenes, bajo aquella lluvia negra y protectora en la que aprendimos literatura, sólo conozco personalmente a Eduardo Mendoza, y ya me parece mucho. Dos o tres veces, a lo sumo, hablé con el genial escritor, la última en A Coruña. Aseguraba entonces que ya pensaba en dejar de escribir, pero, afortunadamente, sigue sin cumplirlo. Nos dolería.

He reído mucho con Mendoza, sobre todo con el más reciente, mordaz como pocos, y siempre cuento la emoción que te produce escuchar (y preguntar) a alguien al que has estudiado en los libros de texto del instituto. Para él, 1975 no fue sólo el año en el que se publicó La verdad sobre el caso Savolta (título de compromiso, ya saben, ante la prohibición del otro, Los soldados de Cataluña). En broma, le decíamos, tontamente, el caso Travolta…

Fue, claro, el año de la muerte de Franco. Mendoza, caballero barcelonés y londinense, porque Londres ha sido durante mucho tiempo su segunda ciudad, recuerda bien aquel 1975, su época como traductor en la ONU, y cómo les contaron (a él y a sus amigos españoles allí), que Franco acababa de morir, y, me dijo, apenas supieron qué hacer. Fueron a tomar un whisky a un bareto, entre perplejos y asombrados. Ahora que venía la libertad, en la remota NY donde nunca se hablaba de España se quedaron sin palabras y casi sin fuerzas. «No sabíamos qué sería de nuestra vida a partir de entonces».

Los personajes de Mendoza suelen estar perplejos, porque la vida te deja perplejo. Más incluso que la muerte. «La gente hace cada cosa…», me decía Mendoza. Y no se refería a Trump. He visto que el magnate (hiperactivo, ¿no?) está demoliendo una zona de la Casa Blanca para construir una pista de baile… Pero su baile, como el chotis, apenas necesita una baldosa… Ese lanzamiento de puños, tan Robocop: ¿para qué, entonces, una pista de baile de altos vuelos? Pues para la fiesta. Para su fiesta. Sea como fuere, prefiero la demolición de un ala de la Casa Blanca a la demolición de la democracia.

Ha sido el gran filósofo surcoreano Byung-Chul Han, otro de los premiados en esta edición, el que ha pronunciado dos palabras mágicas. «Fiesta y siesta». (No, no me refiero a la fiesta de Trump, ni a su pista de baile: será interesante ver a quién saca a bailar. Sí, habrá que verlo gastando pista). Byung-Chul ha dicho en estos días previos a los Princesa de Asturias que la fiesta y la siesta son dos formas de rebelión ante la sociedad del máximo rendimiento, que es justo lo que decía el otro día Isaac Rosa, como contamos aquí: dormir es una rebelión en esta vida, ante la iluminación de las pantallas.

Byung-Chul Han interpreta esta sociedad consumista e hiperconectada, escribe unos ensayos magníficos, siempre breves. Breviarios de filosofía para la vida cotidiana. El más conocido, claro, La sociedad del cansancio (Herder). Hace poco me refería aquí a Vida contemplativa (Taurus), uno de mis favoritos. Fiesta y siesta. Dos conceptos mediterráneos, dijo, que resumen la actitud que debemos tener ante la ocupación constante, ante lo que él llama «la doctrina de la producción».

Cree Han, con lenguaje de astrofísica, que el capitalismo implosionará, para explotar quizás como una supernova. Ojalá nos pille de fiesta. O de siesta. Byung-Chul es tan buen comunicador que ha reivindicado el carácter universal de fiesta y siesta, no en vano incorporadas a la lengua inglesa desde el español. Riman entre sí. Y probablemente riman con una forma de vida que nunca deberíamos perder.

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