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Opinión

Sarkozy, prisión. Macron, ¿dimisión?

Nicolas Sarkozy, el famoso expresidente de la derecha, entró el jueves en la cárcel. En Francia es una auténtica conmoción, pues el presidente tiene el mismo poder simbólico que un Felipe VI y más poder ejecutivo que Pedro Sánchez. Y dos detalles aún desconciertan más. El tribunal sentenció que no se había demostrado la financiación por la Libia de Gadafi de su campaña presidencial de 2007, pero sí estaba probado que dos de sus colaboradores lo intentaron. La condena es pues por «asociación de malhechores» para perpetrar un delito. El otro detalle es que, pese a que la sentencia no es firme y se puede recurrir, el tribunal decidió —una ley se lo permite— que la condena (cinco años de prisión) se ejecutara de inmediato.

La conmoción es fuerte. El conservador Le Figaro titula: «Despotismo judicial». Sarkozy dice que es una venganza de los jueces por sus críticas anteriores. Hay quienes sostienen que los jueces quieren ser inflexibles contra la corrupción de los políticos… de derechas. Ya una sentencia anterior, que condenaba a Marine Le Pen a no ser elegible para ningún cargo público, también fue declarada ejecutiva pese a no ser firme. Así, la líder de la extrema derecha no podrá presentarse a las elecciones presidenciales de 2027. ¿Es correcto que en un Estado de derecho algunas sentencias recurribles sean ejecutivas?

Lo de Sarkozy es relevante —más que lo del museo del Louvre— y lo peor es que se produce cuando Francia está inmersa en una seria crisis económica y política. El PIB apenas crece, el déficit público dobla el español y la deuda pública (115% del PIB, contra el 100% de España) necesita pagar más a los mercados que la griega. Desde las elecciones legislativas anticipadas del 2024 el diverso «bloque central» no tiene mayoría y la oposición (extrema derecha e izquierda) ha tumbado ya a dos primeros ministros que no han logrado aprobar los presupuestos.

Una periódica encuesta de Le Monde dice que la confianza en los partidos ha llegado a su nivel más bajo (10%) y que, aunque el 66% piensa que la democracia es insustituible, el 81% cree que en Francia funciona mal. El 85% cree que se necesita un auténtico jefe para restablecer el orden. ¿Añoran al general De Gaulle o desean un caudillo? Y el 58% piensa que Macron debería dimitir. Hasta Édouard Philippe, que fue su primer ministro tres años, lo cree y lo acaba de repetir en Barcelona.

Pero la realidad puede ser menos horrible de lo que parece. Sebastien Lecornu, el nuevo primer ministro, acaba de superar dos mociones de censura —una de la extrema derecha, la otra de la extrema izquierda— gracias a una entente, inédita y del último minuto, del bloque central con los socialistas. El bloque central —con malhumor de su corriente más de derechas— ha aceptado congelar hasta después de las presidenciales la reforma liberal más emblemática de Macron, subir la edad de jubilación de los 62 a los 64 años. Creen que más inestabilidad —otra caída del Gobierno— sería aún peor, y que unas nuevas elecciones daría más fuerza a la extrema derecha. La jubilación a los 62 años es un despropósito en la Europa de hoy, pero en Francia —con varias huelgas generales de los sindicatos en contra— es una bandera de izquierdas. Y los socialistas necesitaban este triunfo para distanciarse más de los insumisos de Mélenchon.

¿Podrá sobrevivir esta frágil entente a los próximos presupuestos y aguantar hasta las presidenciales de 2027, esperando que entonces la extrema derecha y los insumisos hayan perdido empuje? Esa parece ser la apuesta de Macron, un orgulloso presidente que acaba muy mal, de la mayoría del bloque central, y de los socialistas, que quieren volver a la centralidad europea.

No será nada fácil, pero el mundo económico prefiere lo malo conocido (un orden en crisis) a las incógnitas de unas nuevas elecciones que podrían acarrear una mayor desestabilización y el ascenso al poder de la extrema derecha antieuropea, cuando Francia es un pilar —junto a Alemania— de la UE. Por eso, el principal índice de la bolsa reaccionó con fuerza al alza tras la derrota de las dos mociones de censura. Los mercados no apuestan ni por más desestabilización ni por la extrema derecha.

Pero todo es muy volátil. Y confuso. ¿Más que en Madrid?

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