Opinión | Parece una tontería
Acelera
Aceleré para pasar el semáforo en ámbar en el último segundo. No fue la mejor idea del año, pero a veces hay que conformarse con las malas, que, en especial al principio, se te presentan disfrazadas de buenas. Supongo que temí que, si frenaba y me detenía, comenzaría a sentir cómo el día se volvía pesado, enojoso, enseguida insoportable, precisamente porque no avanzaba. Cuando no te mueves en ninguna dirección es como si en realidad fueses hacia atrás. Algo parecido al «si no estás dentro, estás fuera» de Gordon Gekko en Wall Street. Ese minuto en el que tienes que esperar dentro del coche a que cambie a verde el semáforo implica que vas a llegar sesenta segundos tarde a todo, lo que a veces puede ser una gran noticia, pero otras, no sabes cuáles, nefasta. Mejor prevenir.
Te ves a ti mismo pensando, dentro del habitáculo, que tantos sueños, disgustos, pasiones, luchas, sacrificios, tanta inteligencia, amor, frustración, alegría derrochadas, ¿para qué?, ¿para desperdiciarlo todo en un minuto ante un vulgar semáforo? Por eso aceleré, creo. Aceleré por mí y por toda la humanidad. Al girar a la derecha, aproveché tanto el espacio que me comí el borde de la acera con la rueda trasera. El coche dio un extraño brinco y enseguida empecé a advertir que algo no iba necesariamente bien para mis intereses. Encontré donde aparcar a la primera —¡mi día de suerte!—, y al bajarme descubrí que había reventado la rueda.
Después del shock inicial, no recuerdo qué fue lo primero que pensé —quizás nada—, pero sí lo segundo: tengo columna. En ciertas circunstancias, la fórmula «comedia es igual a tragedia más tiempo», como dice el personaje que interpreta Alan Alda en Delitos y faltas, de Woody Allen, podía prescindir directamente del engorroso «tiempo» y pasar sin más a sacar partido a la mala noticia. De hecho, poco después de reventar la rueda, mientras esperaba sentado en la acera a que llegase la grúa, me acordé de algo que había dicho meses atrás en una entrevista Robert Mankoff, uno de los viñetistas más admirados de The New Yorker. Mankoff sostenía que el humor, por lo general, remite a algo que ha salido mal, y contaba que hacía poco había acudido a un espectáculo del cómico Nate Bargatze, que solía construir sus monólogos sobre las cosas chungas y a la vez divertidas que le ocurrían. Lo que hizo pensar a Mankoff en si Bargatze sería de los que, cuando les pasaba algo malo, decía «¡Mierda!» o «¡Buen material!».
Tener columna algunos días es dificilísimo. Miras a tu alrededor y no ves nada, salvo la vida trillada, sobre la que pones la mirada y no adviertes nada de lo que no hayas escrito ya. Me creí, por un instante, liberado del peso de buscar desesperadamente un tema para escribir. Por supuesto, cuando al día siguiente acudí al taller a recoger el coche, y pagué no una rueda nueva, sino dos, porque un mismo eje debe de llevar dos neumáticos iguales, mi alivio por tener columna se fue matizando. Tendría que escribir varias para pagarlos. Así que no descarto hablar otra vez de ellos la semana que viene.
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