Opinión
Ana Ares Pernas
Aprender con sentido: 10 años de Aprendizaje-Servicio en la Universidade da Coruña
Cuando hablamos de universidad, solemos pensar en aulas, exámenes y largas horas de estudio. Pero la universidad es —o debería ser— mucho más que un espacio de transmisión de conocimientos: es un lugar donde se forman personas capaces de comprender y transformar la sociedad en la que viven. En la Universidade da Coruña, este propósito lleva ya una década tomando forma a través del Aprendizaje-Servicio (ApS), una metodología que une el rigor académico con la acción social. Su premisa es sencilla pero poderosa: aprender prestando un servicio útil y solidario. El alumnado no solo adquiere conceptos teóricos, sino que los aplica en proyectos que responden a necesidades reales de la comunidad. Y al hacerlo, desarrolla competencias transversales como la empatía, el trabajo en equipo, la comunicación o la capacidad de mirar la realidad desde distintas perspectivas; competencias que, hoy día teniendo en cuenta el mundo global y diverso en el que se desarrolla la actividad profesional, son altamente demandadas por las empresas. Dicho de otro modo, el ApS no solo forma futuras personas profesionales, forma también ciudadanas y ciudadanos responsables.
En estos diez años, la UDC ha consolidado una amplia trayectoria en el ámbito del Aprendizaje-Servicio, gracias al impulso de la Oficina de Cooperación y Voluntariado (OCV) y al Centro Universitario de Formación e Innovación Educativa (CUFIE), junto con más de 150 entidades colaboradoras. Lo que comenzó como experiencias piloto en algunas materias, es hoy una metodología reconocida y extendida, con decenas de proyectos cada curso, cientos de docentes y miles de estudiantes comprometidos.
Pero más allá de las cifras, lo esencial son las experiencias. Desde el departamento de Física, por ejemplo, hemos tenido la oportunidad de acompañar proyectos muy distintos, todos con un mismo denominador común: el entusiasmo del alumnado y su capacidad de sorprendernos con su compromiso. Así, nuestro alumnado ha desarrollado talleres experimentales y ferias científicas para colectivos con discapacidad o en riesgo de exclusión social. Lo que parecía solo una actividad de divulgación científica, en realidad fue mucho más: el estudiantado universitario aprendió a explicar con claridad, a conectar con públicos de diferentes edades y a descubrir que la Física no vive encerrada en laboratorios, sino que forma parte de nuestra vida diaria, se comparte y se disfruta.
Otros proyectos han fomentado la reflexión conjunta con colectivos vecinales, jóvenes y personas con necesidades especiales sobre hábitos de consumo y sostenibilidad. En estos proyectos lo que estaba en juego era la construcción de un sentido crítico y la conciencia de que los pequeños gestos cotidianos tienen un gran impacto en el planeta. El estudiantado aprendió conceptos sobre materiales plásticos o reciclaje, pero también que la sostenibilidad no es un eslogan vacío, sino un compromiso ético con las futuras generaciones.
Acercar al alumnado de ingeniería a la perspectiva de la accesibilidad universal fue otro de los retos abordados durante estos años desde el departamento. Se trataba de poner la creatividad al servicio de personas con diversidad funcional, de pensar espacios, productos y soluciones que no excluyeran a nadie. Cada prototipo fue un ejercicio de empatía: ponerse en la piel de la persona que lo iba a utilizar.
Estos ejemplos, que son solo una pequeña muestra, ilustran que el aprendizaje no se reduce a acumular conocimientos. Se aprende también a través de valores, cuando se acompaña a una persona que descubre la magia de la ciencia, cuando se ayuda a un colectivo que aprende a reducir residuos, o cuando se reconoce la dignidad de alguien con movilidad reducida mediante un diseño inclusivo. Ahí es donde el aprendizaje cobra sentido.
Vivimos en un tiempo en el que a menudo se habla de la universidad como un paso para conseguir la empleabilidad inmediata. Y, por supuesto, es esencial formar profesionales competentes que atiendan las necesidades del tejido empresarial y de la sociedad. Pero limitarse a eso sería empobrecer la misión de la universidad. Porque la sociedad no necesita solo profesionales de la medicina, del derecho, de la economía, de la enseñanza, u otras disciplinas, con alta cualificación técnica: necesita personas que sepan colaborar, que tengan sensibilidad social, que no miren hacia otro lado ante la desigualdad o la exclusión. Y eso no se enseña en el aula, se aprende en la práctica, en contacto directo con los problemas reales.
Por eso el Aprendizaje-Servicio resulta tan transformador. No es simplemente una metodología: es un modo de entender la educación como un compromiso ético. Y lo que hemos visto en estos diez años en la UDC confirma que cuando el alumnado se implica en proyectos con impacto social, su motivación aumenta, su aprendizaje se consolida y su experiencia universitaria se enriquece de una manera que ningún manual podría lograr.
El éxito del ApS no se mide solo en estadísticas —aunque la Universidade da Coruña suma ya más de 260 proyectos, 8.600 estudiantes participantes y 159 entidades colaboradoras—, sino en historias personales: la estudiante que descubrió su vocación docente al explicar física a escolares, el grupo que cambió sus hábitos de consumo tras preparar un taller de reciclaje o la futura ingeniera que nunca volverá a diseñar un espacio sin pensar en la accesibilidad.
Cada nuevo curso trae consigo nuevas necesidades sociales, nuevos retos colectivos y, sobre todo, nuevas generaciones de alumnado dispuesto a implicarse para mejorar la vida de las personas.
El Aprendizaje-Servicio es un puente entre la universidad y la comunidad, entre la teoría y la práctica, entre la formación en conceptos y la formación en valores.
Mirando hacia atrás, creo que podemos sentir orgullo de lo conseguido. Mirando hacia adelante, tenemos la responsabilidad de seguir construyendo una universidad abierta, inclusiva y comprometida. Porque lo que está en juego no es solo la calidad de la enseñanza, sino la calidad de la sociedad que estamos ayudando a formar.
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