Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión | Crónicas galantes

Diminutivos para mayores

Uno cae en la cuenta de que es viejo cuando empiezan a hablarle en diminutivo, que es una forma bienintencionada de disminuir a la gente. ¿Quiere una bolsita?, preguntan en el súper al cliente de aspecto añejo. ¿Va a pagar con tarjetita?, añaden afectuosamente en los comercios. Póngase allí en la sillita, que aún tardaremos algo en atenderle. Y todo por ese palo.

Cuando los diminutivos se multiplican, puede el amable lector dar por seguro que ha entrado en la tercera edad por la puerta grande. O por la puertita, para decirlo en lenguaje acorde a los muchos años.

Es como si los objetos fuesen demasiado grandes para las debilitadas fuerzas de los ancianos y, en consecuencia, hubiera que reducirlos verbalmente de tamaño.

También podría ocurrir que en la vejez haya algo de regresión a la infancia, lo que acaso explique la tendencia a hablar a los mayores como si fuesen niños. Sobra decir que no hay la menor intención ofensiva en quienes practican el lenguaje diminutivo con los viejos. Bien al contrario, se trata por lo general de un propósito afectuoso.

No es un problema, salvo para los más coquetos y coquetas. Uno sabe que ya tiene una edad sin más que hacer una rápida consulta al espejo o escuchar como le crujen las articulaciones, siempre que no esté sordo. Lo de que lo traten con diminutivos no pasa de ser un síntoma más de la decrepitud, mucho menos doloroso que el lumbago.

Ese neolenguaje, meramente anecdótico, tiene sin embargo su interés dado el creciente número de población añosa. Ahora se está jubilando la segunda tanda de la generación del Baby Boom: aquella explosión natalicia que se produjo tras la Segunda Guerra Mundial. Es lo que tienen las guerras: que una vez finalizadas, suelen estimular la cópula entre los sobrevivientes.

Si entonces fueron muchos los nacidos, en este momento lo son por lógica biológica los que finalizan su vida laboral para embarcarse en los viajes del Imserso.

Entre eso y la escasísima natalidad, España se va llenando de viejecitos con pensioncita. Tan grande es su número que excede con holgura al de los niños, hasta dejar sin sentido el concepto de «pirámide» de población. Los mayores de 65 sumamos ya un 21 por ciento del censo, cifra porcentual que casi dobla a la de niños, que tan solo suponen un 12,7% del total.

Todo esto ya lo vio venir, proféticamente, un muy longevo político catalán que hace dos decenios vislumbró «una Europa llena de vejetes que beben cerveza, cuidados por inmigrantes que, además, les pagarán las pensiones». Incluso en lo de «vejetes», claro diminutivo, acertó en su pronóstico el autor al que se atribuye la frase. En efecto, los diminutivos forman ya parte del trato lingüístico habitual con los ancianos.

Quizá no tarde en llegar el momento en que algún ministro invite a los jubiletas a ir muriendo para no hacer más gasto, como sugirió no hace mucho el gobernante japonés Taro Aso. Por si sí o por si no, habrá que ir tomando la pastillita.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents